El gremio
Tribu de ilustrados, o al menos de esa fama gozan. Plumíferos, escritores. Pasado mañana, en comunión con otros miembros de la industria, celebran su día. « ... El martes, milagro», podríamos titular evocando a Berlanga y el prodigio de que por un día el mundo vuelva la mirada a los libros. En el saco de los escritores cabe todo. No quiere uno decir con eso que en el magín del escritor quepa un mundo, eso habría que verlo en desfile individual, lo que uno afirma es que bajo la etiqueta 'escritores' cabe un conglomerado de gente que se dedica a asuntos dispares. La condición del gremio es tan heterogénea como pintoresca.
Bajo ese paraguas están los herederos de Cervantes o Proust y los que confunden el trabajo literario con el de churrero, echando azúcar barato de telefilm al producto para engolosinar al público. No lo hacen con mala fe, ellos mismos están atiborrados del compuesto. El empacho y la indocumentación les impiden hacer otra cosa que remover el amasijo y despacharlo al por mayor. Afán mayorista que provoca el encono de su pariente, el escritor exquisito que, como descendiente directo de Flaubert, se ha cultivado en su taller de orfebre y aprovecha la menor ocasión para sacarse a sí mismo en procesión. Él pone el tambor y el pífano para anunciarse, se almidona el currículo y lo adorna con el laurel que le ha sobrado del último guiso.
Pasado mañana, el santo Jordi nos sacará a todos de paseo. El ilustre revoltijo por un día subido al efímero pedestal y con la escarapela del parnaso en la solapa. Libreros, periodistas del ramo y agentes comerciales padeciendo el remilgo de una tropa siempre a la disputa del centímetro cuadrado. El sagrado centímetro cuadrado, ya sea en la mesa de la librería, la página del periódico o el boletín de novedades. La garganta erosionada de tanto predicar el evangelio propio y todos, salvo los que le dieron la vuelta al marcador o nunca asociaron las letras con la agrimensura -el santo Longares, el cervantes del día, Luis Mateo- contribuyendo a la ceremonia de la confusión. Cada uno lanzando su fuego artificial al hueco que queda libre en la bóveda celestial. El churrero y el escritor de pedigrí, el melindroso y el que ahonda en la prosa como en una zanja. ¿Se dedicaron a lo mismo Lawrence Olivier y Fernando Esteso, uno interpretando 'Hamlet' y el otro 'El erótico enmascarado'? Poco importa. Allá va la simpática cofradía, allá vamos todos, cada cual con su libro a modo de DNI, unos con la escala a cuestas y otros confiando en su musa cojitranca. Pero todos, siempre, con el final del capítulo sexto de 'Ulises' en la boca: «¡Qué grandes estamos esta mañana!»
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión