El futuro a la sombra del sauce llorón
Luis Utrilla Navarro
Presidente provincial de Cruz Roja
Viernes, 23 de mayo 2025, 02:00
Son múltiples y variadas las caras que configuran el poliedro de identidad de las ciudades. De las áreas monumentales y turísticas a los edificios institucionales; ... de los parques y jardines a los nodos de comunicación; de los barrios señoriales a los lupanares. Todos ellos unidos entre sí por los vértices y aristas que dan forma al mencionado poliedro identitario. Es por eso que, aunque no queramos aceptarlo, una de las caras de la ciudad de Málaga es el núcleo urbano de Los Asperones.
Los Asperones son la esencia misma de la negación. Los Asperones son una ciudad no ciudad y un campo no campo. Un territorio desgajado de lo natural y de lo urbano, donde sobreviven más de un millar de personas, casi la mitad de ellos niños y ancianos. Levantado allá por 1987, su origen, y lo que es más triste su mantenimiento, es fruto del olvido social, teñido de desprecio a la dignidad humana de las personas que lo han habitado, y lo habitan, desde entonces, y que queda bien reflejado por su ubicación junto al vertedero municipal. La entrada, desde la carretera A-7076 de Málaga a Campanillas, está flanqueada de montones de basura que dan paso a una precaria vía asfaltada, mal denominada calle. Al final de la misma se encuentra la plaza de la Paz, todo un desiderátum de su propio nombre. A la derecha de la plaza se ubica la guardería infantil y a la izquierda el Colegio de Educación de Infantil y Primaria María de la O.
Como el resto del barrio se trata de una construcción prefabricada que abrió sus puertas de forma provisional en el curso 1989/1990, hace más de tres décadas. Las instalaciones, de pésima calidad, se sostienen en pie gracias a la labor del profesorado del centro que intenta mantener con enorme dificultad la dignidad institucional que el colegio representa y que a veces se le niega. En el interior, los módulos se ubican en torno a un patio de cemento que evoca todo un gueto dentro del gueto. Sus paredes blancas inmaculadas y sus vivos colores son un contraste desgarrador con el resto de las viviendas de Los Asperones. Las letras y los dibujos que adornan el patio reflejan lo mejor que la educación tiene como elemento de humanización y transformación social. En una esquina del patio, un tortuoso sauce llorón extiende sus ramas y regala su precaria sombra a un grupo de niños que juegan a su pie. A escasos metros, dos raquíticos olivos intentan sobrevivir en unos tubos de desagüe reutilizados como alcorques y decorados con trozos de cerámica a modo de espontáneo mosaico. Que el colegio siga abierto es todo un reto para la quincena de profesores que lo regentan. Que el poco más del centenar de alumnos que acuden a sus aulas lo haga es toda una heroicidad. Y que un número ínfimo de ellos concluyan sus estudios, es todo un milagro.
De las aulas del María de la O han salido los dos primeros titulados universitario del barrio, y casi un centenar de alumnos que han concluido los estudios secundarios. Sus nombres, en forma de estrellas, adornan la fachada del colegio y titilan de esperanza en la oscuridad de la noche en un barrio carente de alumbrado público, de aceras, de alcantarillado, de zonas verdes, de áreas de esparcimiento infantil o deportivo, incluso de cualquier tipo de comercio de productos básicos.
Estoy seguro que los servicios municipales, provinciales y autonómicos tienen miles de razones para justificar el oprobio en el que este millar de personas viven. Incluso responsabilizándolas de su propia situación. Y quizás pudieran tener algo de razón en ello, lo que no es óbice para que dicha condición de miseria social se mantenga año tras año.
Y mientras tanto, los días pasan inexorables y los profesores del María de la O animan a la participación de los alumnos entregándoles una pieza de fruta a media mañana, articulando la docencia a través de la música, dignificando su pertenencia a Los Asperones, pero también a Málaga y Andalucía, regalándoles una sonrisa y una caricia cuando los más pequeños se aferran a sus piernas.
Es evidente que el Colegio María de la O es una isla en la que los más pequeños pueden refugiarse cada mañana y que les aporta unas horas de convivencia y paz entre los propios niños. Un colegio donde enseñar es solo una parte minúscula de la gran labor de educar que llevan a cabo sus profesores, que extiende esta educación y apoyo al resto de la comunidad vecinal, proporcionándoles nimias, pero imprescindibles, ayudas en el día a día: transporte, bonobús o comunicación telefónica.
Un colegio en el que la primera generación de adolescentes de Los Asperones recibió una elemental formación y hoy se continúa con sus hijos. Una formación que quizás impida una verdadera integración social de los niños de Los Asperones con otros niños de barriadas cercanas. Una formación que incluso estigmatiza a quien la recibe y que hace que los padres más preocupados por el futuro de sus hijos matriculen a estos en otros colegios, evitando así que en su currículo escolar aparezca la reseña del María de la O, ya sea para poder cursar otros estudios de secundaria o a la hora de encontrar un trabajo.
Que Los Asperones es una de las grandes asignaturas de Málaga es más que evidente y es obvio que su solución requiere una intervención urgente y decidida. Mientras tanto, todos tenemos la responsabilidad de no dejar en el olvido a los niños de Los Asperones, cuyo futuro se escribe a la sombra del sauce llorón del María de la O, teniendo como única arma la cultura y la educación.
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