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El futuro

El extranjero ·

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Jueves, 9 de agosto 2018, 07:40

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Sin atenerse exactamente a la definición que de él hacía Ambrose Bierce -ese espacio de tiempo en el que las cosas nos van bien- el futuro va cumpliendo a trancas y barrancas algunas viejas predicciones e incluso unas cuantas previsiones. Ahora nos cuentan, y no es serpiente de verano, que en Bobadilla estará el germen de un tren que viajará a mil doscientos kilómetros por hora. Un sistema basado en tubos de vacío y levitación magnética, sea lo que sea eso. Lo de la levitación magnética más que a futuro suena a pasado, a cosa de espiritistas, a tema de mesméricos reunidos en torno a una mesa camilla, sillones de damasco y pesados cortinajes de terciopelo. Edgar Allan Poe y sus asuntos del más allá. Pero no. La apuesta es realmente futurista, la acredita una multinacional americana y hay cientos de millones en la contabilidad del proyecto aparte de más de dos centenares de puestos de trabajo.

Bajando al terreno de la prosa más llana aparecen unos números distintos a los fulgurantes mil doscientos kilómetros de velocidad. Surgen las cuentas de ese despilfarro alegre que usando el dinero público a modo de convite entre compadres llevó a construir decenas de vía de alta velocidad que no fueron a ninguna parte, surgen los números de unos fondos europeos Feder echados por el desagüe y otros borrones contables. Nadie dijo que el futuro estaría libre de pícaros. Por desgracia no se quedaron arrumbados allá por el siglo XVII. En cualquier caso, nos dicen ahora que aquello de las cuentas cojas y el derroche con pólvora ajena también es cosa del pasado. El súper tren lo va a dejar todo atrás y las gigantescas naves que en su día se construyeron sin ningún provecho van a convertirse ahora en laboratorio de pruebas supersónicas. Los incrédulos mantienen la ceja alzada. En esta tierra la incredulidad es un plus de inteligencia y la confianza cuestión de ilusos. Hasta que no lo vea no lo creo, es el lema. Siempre jugando a la rebaja.

Tampoco creían los devotos del piensa mal y acertarás que en España se construyera un tren capaz de unir Málaga y Madrid en menos de tres horas. Son los nostálgicos endémicos, todavía traqueteados por la melancolía del expreso Costa del Sol y sus diez horas de trayecto nocturno. Aquel duermevela que los afortunados pasaban tumbados en angostas literas y los algo más menesterosos sentados en compartimentos forrados de escai azul y decorados con fotos en blanco y negro de nuestra santa tierra. Sí, los trescientos kilómetros por hora del AVE serán caspa y carcundia cuando el proyecto Hyperloop One eche a andar, o a levitar. Bobadilla, aquel nudo ferroviario primitivo con sus andenes pelados por el frío o bien medio calcinados por un calor bíblico y con aire de far west de serie B, puede estar a la cabeza de la investigación de los ferrocarriles del futuro. Madrid estará a poco más de media hora y Barcelona, si Puigdemont no se la lleva a otra parte, a una hora.

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