Fuego amigo sanchista
El fuego amigo es una declaración de guerra. La derrota comienza en la retaguardia. Es la señal inequívoca de que el enemigo ya no está ... fuera, sino dentro. Cuando un partido vive de purgarse a sí mismo, la descomposición no se anuncia en los discursos, sino en los expedientes, en los dosieres filtrados, en los silencios calculados de quienes ayer eran compañeros y hoy se han convertido en munición. El PSOE en la cuarta estación de su vía crucis particular.
El 'caso Salazar' huele de lejos a ajuste de cuentas interno. Yolanda Díaz, que hizo un máster en esta materia con la espantá de Iñigo Errejón, ha leído con bastante precisión lo que ocurre en estos momentos en sus despachos aledaños. La reactivación de las denuncias de las mujeres no es un episodio más de presunto machismo en la política española, es una batalla cruenta en la guerra interna del sanchismo. La contienda se está librando entre el llamado 'clan del Peugeot', con Ábalos, Santos Cerdán, el propio Salazar, los escuderos de Sánchez en las primarias de 2017, y el espacio de Zapatero y José Blanco. Este sector sin peso orgánico en el partido se está reconfigurado en torno a su consultora instalada en esos aledaños del poder donde el BOE se mezcla con las agendas de los lobbies. Pedro Sánchez se encuentra en medio de una tormenta perfecta en la que se cruzan PP, Vox, Sumar y, sobre todo, el fuego amigo. Es consciente que estas denuncias internas se han convertido en la munición perfecta para debilitar a la línea de mando que ayudó a reconquistar Ferraz que ahora están bajo sospecha o fuera de juego. Del otro lado, el espacio de Blanco y los suyos, que no quiere regresar formalmente a la primera línea, pero sí conservar el poder real que otorgan los pasillos, las puertas giratorias bien engrasadas y las consultoras que hablan al oído de ministros y presidentes. No es una pelea por el modelo de feminismo, sino por quién manda sobre el relato y sobre los contratos.
A nadie se le escapa que el feminismo del sanchismo corre el riesgo de convertirse en feminismo fake, agujereado por su propia incoherencia, con una militancia desorientada y un partido fragmentado entre las que portan banderas morales y los que prefieren los cálculos tácticos electorales.
Uno echa de menos la puntería de Alfonso Ussía, que se nos ha ido esta semana después de media vida radiografiando la actualidad con ironía clínica. Él, que rebautizó la deriva nacional como un «estado fecal», habría diagnosticado la situación actual del socialismo español como la de un partido sostenido por el poder, con parte de guerra y parte de defunción incluido.
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