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La foto de Torra y Junqueras

JUAN CARLOS VILORIA

Martes, 19 de febrero 2019, 00:08

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En la primera jornada del juicio a los doce procesados secesionistas hizo fortuna una instantánea de la agencia EFE en la que mientras el president Torra saluda sonriente a los acusados y la mayoría se vuelve para devolverle el gesto de complicidad, Oriol Junqueras mantiene el ademán serio y la mirada al frente. La interpretación más extendida de la escena fue que confirmaba los rumores sobre un distanciamiento personal y político de los dos adalides del independentismo. Sin embargo, más allá de matices tácticos y temperamento, ambos están unidos por el cordón umbilical que recorre todo el desafío secesionista al Estado de derecho. A saber: que la voluntad de «la gente» (denominada por el lenguaje soberanista como «democracia») está por encima de las leyes. En el choque entre el marco jurídico legal de un país y el anhelo independentista del «pueblo» debería prevalecer, a juicio de Torra y Junqueras, éste último desbordando las leyes, precisamente, producto de la voluntad de la mayoría. De la mayoría de la nación española y la mayoría de los catalanes.

En el argumentario soberanista catalán no ha entrado el artefacto político que se inventó hace años un nacionalista alavés: «Ámbito vasco de decisión». Que al gusto 'indepe' debería ser: «Ámbito catalán de decisión». Será porque el precedente último de intentar hacer prevalecer la opinión de una parte del Estado sobre la mayoría, aludiendo a elementos identitarios y no a los jurídicos, ya fracasó con la 'vía Ibarretxe'. La construcción de esta para-legalidad ingeniada por el nacionalismo extremo se apoya en la llamada «teoría del conflicto». Primero se crea el conflicto político-social-histórico. Da igual. Y a partir de ahí todo está justificado. Es la palanca que permite a los nacionalistas abrir la vía que les conduzca a sus objetivos sin necesidad de atender a las limitaciones establecidas en estatutos, constituciones, códigos penales y demás normas. El conflicto frente a la democracia. Esa es la dinámica que moviliza ahora al secesionismo catalán y hace bien poco al vasco, ahora en invernación. En Euskadi el conflicto lo 'escenificó' la organización terrorista llevando hasta el último extremo la perversión identitaria. En Cataluña optaron por la movilización en la calle de los afines con banderas, himnos, emociones. Y, al final, saltando por encima del marco legal en el propio Parlament. Convencidos de que el conflicto justificaba todo lo demás.

Pero volviendo a la fotografía de la sala de plenos del Tribunal Supremo donde no están ni Artur Mas, ni Puigdemont, parece irreal. Parece ficción que en el primer tercio del siglo XXI, unos dirigentes políticos estén siendo juzgados por intento de secesión, secesión, rebelión. Porque, como dice Torra, «nosotros hemos puesto la voluntad de la gente por encima de la ley». Lo anacrónico no es el juicio en sí, sino que unos políticos hayan pensado que estaban en el siglo XIX, en una colonia y en una etapa predemocrática.

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