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Circula por varios institutos de Málaga una circular que advierte sobre la bajada del rendimiento escolar provocada por Fortnite, un videojuego consistente en matar a los demás con el objetivo de convertirse en el último superviviente. Me pregunto para qué querría nadie quedarse solo en el mundo, rodeado de cadáveres. La difusión del aviso coincide con la agresión de un niño de once años a varios profesores en el colegio Hans Christian Andersen. No sabemos si el menor dedica las horas muertas, porque las vivas desde luego no, a asesinar marcianos con el ordenador o la consola, pero sí sabemos que padece un trastorno generalizado del desarrollo y que la dirección del centro ha denunciado que no cuenta con medios suficientes para tratarlo de forma adecuada. A veces la educación también se convierte en un campo de batalla, como Fortnite, donde los partidos juegan a dispararse balas electorales, aunque los heridos nunca sean ellos, sino otros. Los niños que tienen necesidades especiales, por ejemplo, a quienes los recortes han arrebatado el derecho de ser atendidos con la especificidad que requieren. O los profesores, que estudian varios años y aprueban oposiciones, convencidos de que su trabajo será fundamental en el porvenir de sus alumnos, aunque lo llamen porvenir porque no viene nunca, como nos reveló Ángel González. Luego, como ha ocurrido, un mocoso les da una patada en los testículos o les insulta, posibilidades asumidas en otras profesiones de riesgo, como el boxeo o el periodismo, pero no en la enseñanza, y la vocación se hace añicos. Si Andersen levantara la cabeza dudo que volviera a escribir sus cuentos infantiles, y más nos valdría que se hiciera programador de videojuegos.

Juanma Moreno ha anunciado que desarrollará un plan educativo para reducir el abandono escolar. El nuevo presidente andaluz aún no ha tenido que pedir perdón por alguna declaración prehistórica desempolvada por los arqueólogos de la oposición, aunque su consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, ya se ha tragado sus propias palabras, con lo mal que se digieren, al ser obligada a disculparse por escribir, hace años, que la Semana Santa es una tenebrosa puesta en escena diseñada para acorazar ciertas vanidades. Los cofrades se han sentido ofendidos y han puesto el grito en el cielo, dónde si no. La reacción tiene algo de infantil, como aquellos berrinches preescolares que te llevabas cuando un compañero cuestionaba la existencia de tus amigos imaginarios. Tal vez el cacareado plan debería enseñar a respetar las opiniones de los demás. Que incluyan la lección en Fortnite.

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