Su primer éxito ha sido celebrarse. La feria de Sabor a Málaga clausuró ayer su edición más improvisada, pero producida al fin y al cabo, ... con más de noventa puestos de comida, bebida y demás elementos agroalimentarios, cifra récord después de que las 70 plazas ofertadas se agotaran en cinco horas (ojo con decirle que sí a todo el mundo). La feria, que supone un pico de ventas para los productores, se celebró después de haber rondado el culebrón, con más o menos suciedad, con largas colas en los baños y con el despliegue de más de 40 actividades en el Ocón. El Parque volvió a convertirse en el encuentro de paseantes y de gentes del comer, y ha habido ganas y entusiasmo pese a que algunos días el viento hizo volar las almendritas y el frío era incompatible con sentarse a la intemperie a comer unas berzas en un paseo como este en el que, si uno se lo propone, puede llegar a casa almorzado a golpe de degustación.
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En el recorrido, como ya es tradición, insólitos quesos, mermeladas untuosas, suficiente aceite de oliva como para engrasar a una flota de aviones durante un año, encurtidos y aceitunas, licores especiales, la reconfortante tontería de los vinos ecológicos, un poco de fruta para disimular y muchísimas piezas de charcutería quizá fina y siempre artesanal. La sensación de que hay que volver con un carrito. En algún puesto se podía comprar el Gordo. No abundaban los alimentos propios para una dieta prenavideña, sino más bien para lo contrario: llegar a la Navidad con el cuerpo ya dado de sí, cedido a los manjares de la provincia. Bienvenidas sean nuestras grasas y nuestros colesteroles. A esa hora, Málaga ya estaba atascada como una arteria llena de triglicéridos. Aquí al menos uno tiene la confianza de que su dinero está llegando a las mismas manos que trabajan los productos. Los excesos se cometen de una manera más justa.
El último día, como 'broche final' a varias jornadas entregadas a los excesos provinciales y por si hubiera sido poco, Sabor a Málaga celebró su décimo aniversario mediante una tarta gigante hecha por alumnos de la Escuela de Hostelería Mlouza, con unas velas que el presidente de la Diputación tuvo que apagar con un abanico por el tema Covid y, porque si lo pensamos ahora, con la nueva conciencia microscópica, ya no parece higiénico soplar una tarta de semejantes dimensiones a la manera convencional. Algunas medidas anticovid han llegado para quedarse y esta es una de ellas: la obligación moral de apagar velas con abanicos en todos los actos públicos, para que de paso podamos admirar la destreza de diputados y concejales en este lenguaje, ya en desuso, el de los abanicos.
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