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Feliz Navidad

En estas fechas, ateos y creyentes, agnósticos y descreídos celebramos una de las historias más hermosas jamás contadas

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Lunes, 16 de diciembre 2019, 08:20

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Recordar es siempre imaginar. Así ahora con estas fechas en las que conmemoramos el misterio de la Encarnación de Dios en el hombre. Propiamente hablando de la Encarnación de Dios en una mujer. Y nació un varón. Ya es causalidad, cuando las probabilidades de nacer un hombre y una mujer son al 50 %, más o menos. ¿Por qué un hombre? ¿Cómo hubiera sido el mundo si el hijo Dios hubiese sido una mujer? Dejémonos de ucronías que nos apartan de esta historia. Una historia que cambió la del mundo. De nuestro pequeño mundo. Una nueva época a partir de la cual comienzan a contarse los años. 2.019 desde entonces. Pero el mundo es mucho más viejo. 13.800 millones de años desde que sucedió el Big Bang, antes del cual nada sabemos.

4.467 millones de años desde que 'nace' la Tierra. 4.000 millones de años desde la aparición de la vida. Unos 66 millones de años desde la extinción masiva de especies en el Cretácico, entre ellos los dinosaurios. Los primeros primates hace 35 millones de años y los primeros homínidos de 5 a 7 millones de años.

Hasta hace unos 200.000 años, más o menos, cuando la conciencia reflexiva se instala en un homínido y se convierte en H. Sapiens. Sorprende lo pronto que apareció la vida tras la formación de la Tierra y lo que ha tardado, en cambio, en aparecer la conciencia a la manera humana. Pero desde que aparece el H. Sapiens todo cambia. Todo ocurre tan rápido (medido en los tiempos de la evolución) que solo puede explicarse por un milagro, pero este sí, 'un milagro natural' del que los paleontólogos cada día nos van dando nuevas y buenas noticias. Aquel animal inacabado encuentra en la cultura una extensión poderosísima de sus limitadas capacidades biológicas.

Pero es la imaginación la que le abre a mundos inexistentes. Por primera vez un animal inventa historias, mundos paralelos e imagina el futuro. Por primera vez un animal se mira a sí mismo desde fuera y no se reconoce. Por primera vez un animal entierra a sus muertos. Los mitos, las religiones, los tabúes, las profecías, son historias irreales e imaginarias que contribuyen a cohesionar el grupo, a compartir ideas y proyectos con gentes lejanas. Por primera vez un animal imagina a Dios. A los dioses primeros, esos seres hechos a su imagen y semejanza que lo mismo explican el bien que el mal. Al Dios único, dios de todos los dioses, después. Lo sorprendente es que todos ellos, mitos, religiones, tabúes, profecías, o dioses eran falsos. Lo sorprendente es que la historia del hombre, su increíble progreso cultural ha estado montado no sobre verdades sino sobre falsedades compartidas.

Y así progresó la humanidad hasta que hace 2.019 años cuando una profecía se cumple y aquel Dios-Padre colérico del Viejo Testamento, se encarna en una mujer y tiene un hijo cuyo discurso cambia la historia del mundo. Y con el hijo de Dios nace una nueva religión que se encarga de administrar su legado. Un legado que rompe con todas las leyes de la naturaleza pues promete nada más y nada menos que la inmortalidad. Y no una cualquiera sino, siguiendo el camino de Jesús, todos los humanos resucitarán en cuerpo y alma el día del juicio final.

A lo largo de la historia del H. Sapiens, ha habido una lucha encarnizada entre el cuerpo y el espíritu. Un cuerpo animal y limitado y un espíritu nacido de una mente calenturienta, capaz de imaginar cualquier cosa. La encarnación y la resurrección no son más que una respuesta, un armisticio, en esta lucha despiadada, que en el fondo no es más que la lucha ente el bien y el mal. A lo largo de estos, algo más de dos mil, años, en unas ocasiones las escaramuzas las ganaba el cuerpo y la biología y en otras el espíritu o la cultura. Muchas de estas guerras han sido libradas (aun hoy) en nombre de Dios. Pero Dios no se manifiesta. En su lugar envió a su hijo encarnado en el vientre de una mujer y volvió a lo suyo, que es esperar eternamente. Hace unos cuantos años algunos filósofos anunciaron la muerte de ese Dios. Se equivocaron. Si Dios ha muerto todo está ya permitido. Si Dios no existe todo está, también, permitido. Da igual, porque nada está permitido del todo con Dios o sin Dios.

Porque cuando se habla de Dios, cuando se habla del Hijo de Dios, los humanos de hoy lo que estamos haciendo es lo mismo que aquellos primeros Sapiens. Contar una historia. Historias que como los viejos cuentos de hadas, sobreviven porque funcionan. Por eso en estas fechas, ateos y creyentes, agnósticos y descreídos celebramos una de las historias más hermosas jamás contadas. La de la Encarnación de un Dios en una mujer, quien concibió, como el cristal, sin romperlo ni mancharlo, a un niño al que llamaron Jesús, quien después de una corta vida de predicación murió en la cruz y resucitó al tercer día de entre los muertos. Cómo ocurrió todo esto es un misterio, el de la Encarnación, el de la Concepción, el de la Resurrección y es en estos misterios en donde anida el éxito de la historia, pues para sobrevivir en el mundo, ya lo hemos visto, los humanos no han necesitado que las historias sean verdaderas.

Solo tienen que penetrar en las profundidades del ser humano y ayudarle a satisfacer, que no necesariamente a explicar, sus miedos y sus anhelos. Por eso hoy, en contra de todos los pronósticos de secularización, en contra de todas las alarmas sobre la muerte de Dios, millones de personas celebran la Navidad, como si la historia fuese verdadera. Como si fuesen posibles la paz y la felicidad. Esos sueños que nos hicieron humanos. Feliz Navidad.

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