EL FANTASMA DE ABEN HUMEYA EN CAPILERILLA
En cierta ocasión me dijo un amigo que nunca perdiera la capacidad de sorprenderme y creo que tenía razón porque de vez en cuando surgen ... situaciones que, por lo inusuales, te impresionan hasta el punto de creer que estás viviendo en un contexto ajeno a la realidad.
Por motivos personales suelo visitar La Alpujarra con cierta periodicidad, a veces no tanta como desearía, pero reconozco que cada vez que voy me sorprendo ante sus misteriosos rincones, con el atractivo que desprenden sus personajes, o la belleza de sus pueblos, tan diferentes a los nuestros y en el fondo tan similares, ya que ambos son consecuencia del legado que recibimos de los musulmanes.
Días pasados nos recomendaron que visitáramos un lugar llamado Capilerilla, situado a poco más de un kilómetro de la carretera que comunica Órgiva con Trevélez. De su historia sólo conocía lo que Carmen Trillo escribió en un artículo sobre la población de la Alpujarra Alta a fines de la Edad Media: Capilerilla, hoy anejo de Pitres y antiguamente alquería con el nombre de Capileyr. Tenía dos rábitas, Mundir y Binevz, y una fuente llamada «de Capileyr».
La carretera está jalonada por unos castaños centenarios cuyas ramas, ahora desnudas, hacen intuir la generosa sombra que protegerá durante el estío a los viandantes. Un trayecto que es el preludio de la sorpresa que nos esperaba al final del recorrido pues, apenas llegamos al pueblo, quedamos atrapadas en el medievo debido a una arquitectura vernácula que, pese al mal estado de conservación de algunas casas, no ha perdido su primigenio encanto.
Recorrer sus empinadas callejuelas es un aprendizaje que te hace comprender de una forma bastante aproximada el modus vivendi de los moriscos, ya que permanecen inalterables elementos tan peculiares como su entramado urbano, la estructura de las viviendas, sus terrados, sus típicas chimeneas y los numerosos «tinaos» que les proporcionaban frescor en verano y los aislaban de los fríos invernales. Al caminar por el sinuoso trazado de sus calles, desiertas en aquellos momentos, tuvimos la impresión de que en uno de aquellos recovecos nos toparíamos con Aben Humeya, acompañado de Brianda o bien capitaneando a los moriscos en los acontecimientos que encabezó durante un breve espacio de tiempo.
Una de las características más destacadas del lugar es el silencio, roto tan sólo por el rumor del agua del «Barranco Morales», un arroyo que nace a escasos metros del núcleo habitado y cuyo curso apenas si es visible debido a los mimbres y castaños que crecen en sus orillas vistiendo de cobre un paisaje otoñal que contrasta a la perfección con el blancor de las viviendas. Parecía como si los fantasmas del pasado hubieran tomado el pueblo, hasta que nos encontramos con Eugenio, un lugareño de 90 años que se ofreció a servirnos de guía durante un buen trecho. Es un hombre locuaz, familiarizado con los forasteros, un «cabañuelo», como él mismo se denomina, por cuya afición ha sido entrevistado en varias ocasiones por periodistas granadinos y también por Canal Sur, popularidad que le llena de orgullo. Nos hizo partícipes de su preocupación por el alto grado de contaminación atmosférica y su incidencia en el futuro de nuestro planeta, un problema que, si bien hemos creado nosotros, afectará en mayor medida a las generaciones venideras. Como ejemplo ilustrativo, señaló cómo desde la puerta de sus corrales no hace mucho se divisaban los montes africanos, en tanto que hoy no pueden verse porque los ha ocultado la polución, a la que asimismo atribuye la escasa calidad de los productos de su huerta y de los numerosos castaños.
Ocupa sus días cuidando de los «marranos» que engorda en su corral con el fin de abastecer de carne a los miembros de su familia, y de Torda, su mula blanca, aunque hace años contaba con 26 vacas lecheras que tuvo que vender por imposición de la Junta de Andalucía. Un rictus de tristeza ensombrece su rostro cuando nos mostró, en uno de los habitáculos, los pesebres ya sin uso, y se lamenta de que se les hiciera creer que aquella leche ya no era rentable, posiblemente porque les interesaba más adquirirla en otras partes. Esta merma afectó a otros muchos vecinos que no comprendieron tamaña decisión, y que muy posiblemente sea la causante de la despoblación que está experimentando La Alpujarra. Así ocurre con Capilerilla, habitado por 25 personas aunque triplica su población en verano, un dato que puede comprobarse en las viviendas, muchas de las cuales están restauradas y otras de nueva construcción.
Los pueblos mágicos de La Alpujarra no deben contemplarse como una ruta turística, pues testimonian una forma de vida y una filosofía popular que personas como Eugenio o Ana, de la que hablé meses atrás, se obcecan en mantener vivas.
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