Lo que faltaba
Oreja y rabo, el ruedo nacional abre sus puertas al exterior y da paso al Niño de la Motosierra, el valeroso matador que desde el ... otro lado del mar se suma a la trifulca española. El aguacil Oscar Puente ha dado entrada en la plaza a Javier Milei para acabar de animar la fiesta. Cuando Pedro Sánchez, con voz de seminarista, pedía en las entrevistas posteriores a sus ejercicios espirituales que se rebaje el tono, que no se expandan bulos, su más fiel escudero declara que vio al presidente argentino bajo los influjos de una ingesta de sustancias. 'Sustancia' es un bife, un bistec, una empanada. Pero no. La 'sustancia' a la que Puente se refería era un psicotrópico, una raya, una pastillita. Lo que el ministro de Transportes difundía con sus palabras es que Milei es un drogata.
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No se sabe si lo de Puente puede ser considerado como desobediencia del puto amo o una prueba más de lealtad, ya que el propio Sánchez se dedicó a expandir una falsedad sobre Núñez Feijóo en mitad de su llamada a acabar con la maledicencia, aunque eso sí, lo hizo con cara contrita y voz de sacristía. Naturalmente, el de la motosierra, nada más consultar con el espíritu de su perro muerto, ha respondido declarando que «las políticas socialistas solo traen pobreza y muerte». Como demostraron la Suecia de Olof Palme o la Alemania de Willy Brandt, por ejemplo. Además, Milei nos ha recordado que la política de inmigración atenta contra la integridad física de las mujeres españolas. Dado que los inmigrantes, básicamente son unos violadores, claro.
La conclusión es que el retiro de Sánchez y su juego del veo-veo ha servido para aumentar la polarización. No hay puentes (bueno, está Oscar, pero el ministro básicamente es un dinamitero de su propio apellido). El PP ha visto la debilidad del jefe de Gobierno y redoblará su acoso. Díaz Ayuso promete seguir con su deleznable campaña en favor de la fruta, las comisiones parlamentarias de investigación se celebran al modo de un derby entre forofos de equipos irreconciliables y en la izquierda juegan al victimismo mientras expelen tinta amarilla. Y con ellos arrastran a la ciudadanía, que va camino de seguir los pasos que en Cataluña dividieron a familias y amigos, obligados a guardar silencio ante 'los otros' o sencillamente a alejarse de ellos. Están promoviendo posturas tan irreconciliables como la de los partidarios de los toros y los antitaurinos, ahora precisamente sumados a la división radical. Los que ven arte en la fiesta y quienes vemos el suplicio de un animal por parte de unos señores vestidos más o menos de mamarrachos. Pero esa es otra cuestión. O no.
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