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ANA SANZ
JURISTA Y AUTORA DE TEATRO
Sábado, 25 de enero 2025, 01:00
Cuando estamos cómodamente sentados en una de las localidades de una cancha de baloncesto y vemos que un jugador la emprende a codazos contra otro, bien que camuflados de juego limpio merced a la experiencia en la marrullería del jugador tramposo, nos irritamos, no lo ... podemos dejar pasar e incluso, montados en una cólera momentánea, nos arrancamos a gritos pidiendo, suplicando, casi conminando al árbitro para que imparta justicia. Y nos preguntamos: ¿Qué entrenador permite salir a la cancha a semejante inepto con tanto buen deportista como hay sentado en el banquillo? Esas faltas que por sutiles no llegan a ser sancionadas a veces enervan más que las que resultan en una penalización clara y rotunda. Al jugador solapado que ensucia el partido con el insulto apenas perceptible, al que retrasa el juego astutamente, al que no deja de molestar al adversario y con él a todos los seguidores que ven la jugada, a ese tramposillo de la cancha, a poco que ese día le acompañe la suerte, le vemos saludar al final del partido con la triunfal sonrisa del que se va de rositas porque, desafortunadamente, no falta quien le ríe las gracias, perdón, las faltas técnicas.
Algo parecido a lo que nos sucede frente a los jugadores fulleros que están muy lejos de los que sí nos ofrecen un juego limpio y digno de aplauso le ocurre a una amiga mía ante las faltas técnicas que a menudo observamos en la gestión de la vida pública; y yo no la dejo de tildar de vehemente cuando a la hora del café, mientras pasa las hojas del periódico, reflexiona en voz alta sobre las malas formas que demuestra más de uno a la hora de 'jugar con nuestros impuestos'. Y sigue protestando muy airada: «¿Pero es que no hay quien les diga cómo se usa el dinero de todos?» Yo le digo que sí, que, por supuesto, que claro que hay profesionales que saben de 'lo público'; que técnica, es decir, conocimiento y destreza suficientes para el desempeño de una buena gestión y técnicos, o sea, personas cualificadas para ello, hay, claro que sí y que por profesionales no queda; que otra cosa es el uso que se haga con mejor o peor 'técnica' de los recursos humanos y materiales asignados a la gestión de nuestros servicios públicos.
Como la situación se repite casi a diario, antes de que mi amiga haga amago de enfado mientras lee la prensa, le pongo un ejemplo y le digo: «Si te duele una muela por la noche, ¿acaso no estás deseando que llegue la hora de la consulta de tu dentista para ver cómo te arregla el percance más pronto que tarde? ¿A que no me negarás que en ese caso necesitas las manos que mejor técnica empleen?» No sé si me escucha pero en esos momentos empiezo, tal vez por propia experiencia, a pensar en los técnicos de lo público, esas personas que teóricamente tienen la destreza suficiente para administrar el 'dinero de todos'. Y me digo que cuando llegue a casa voy a volver a leer las palabras que escribió Antonio Muñoz Molina en un ensayo que podría ilustrar muy bien a mi amiga sobre este asunto que parece concernirle tanto.
Pocas horas después abro el libro 'Todo lo que era sólido' y en el capítulo veintiuno encuentro escrito lo que recordaba vagamente mientras mi amiga se dolía de que no hubiera quien supiera 'profesionalmente' encargarse de dar buen fin a sus impuestos. Dice el académico en el ensayo que he sugerido no pocas veces como lectura: «... en la gran oleada democrática de 1979... Había cierto número de técnicos superiores muy competentes que habían ganado oposiciones difíciles y que representaban lo más parecido a escala española a los cuerpos de élite de la administración francesa... Desde mi posición ínfima de escribiente interino yo los veía investidos de una solemnidad inapelable». Cómo hemos cambiado, me permití reflexionar en voz alta imitando un tanto el tono ardoroso de mi amiga. ¿Quién deja que el dinero de todos lo administren según qué incompetentes bien amadrinados?
Cierto que los jugadores que salen a la cancha del 'basket' tienen en la mayoría de los casos el talento, la preparación, el espíritu de lucha deportiva y de trabajo en equipo necesarios para deleitarnos con un partidazo. Cierto que la mayoría de quienes se levantan cada mañana para administrar las tareas de lo público son en los más de los casos profesionales dotados de la preparación necesaria; claro que sí; faltaría más. Pero tal vez no nos vendría mal, para tranquilidad de espectadores en el terreno de juego y de ciudadanos que contribuimos al juego social con nuestros impuestos, saber que, ante la jugada que dista mucho del 'fair play' o de los desafueros que nos cuentan los noticiarios, funcionan los mecanismos correctores para tanta falta técnica.
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