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El fin de la excelencia

Golpe de dados ·

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Jueves, 2 de agosto 2018, 07:48

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No es la primera vez que escribo acerca del deterioro del término 'excelencia', al que, desde hace años, excepto en ámbitos universitarios, y no estoy muy seguro, le han venido hurtando uso y crédito, y además le han otorgado el sambenito, el estigma, el tufo, de reaccionario. Ser excelente pasa, en la actualidad, por ser más o menos reaccionario. En sentido contrario, el término 'solidaridad' ha adquirido, sobre todo desde dos decenios para acá, un prestigio intocable, a modo ejemplar dicen «ese hombre es solidario», o a la inversa, «no es nada solidario», es lo primero de lo que acusan a determinados individuos que expresan un pensamiento disidente, o que, simplemente, no se encuentra dentro del 'diktat' de lo políticamente correcto. Sin embargo, al menos para mí, un término implica el otro, porque no hay duda de que la persona que ejerce la solidaridad es excelente por antonomasia. Supongo que se ha impuesto la segunda acepción de excelencia que recoge el DRAE, es decir, el exclusivo tratamiento a altas personalidades de la vida pública: «Su Excelencia, el señor ministro, el señor embajador...», frente a la primera acepción que simboliza la virtud y el talento; también supongo que algunos componentes ideológicos, en su práctica imaginaria, la política, han influido, y a la larga impuesto, un uso positivo o negativo, según convenga, de determinadas acepciones sujetas a los resortes oportunistas e invisibles del poder; precisamente al ser resortes invisibles son «más sutiles y eficaces», según Baudrillard, sociólogo francés que estuvo en boga hace unas décadas, y hoy está peor que muerto, olvidado. Es el signo de los tiempos, ese que marca la diferencia del horario español donde ser nacionalista, por ejemplo, pasa por ser progresista: amnesias de la Historia; pero ahí se alzan dos dirigentes perversos, Salvini y Orbán, cada uno a su manera, para recordarnos lo peor de Europa. El sistema democrático español, pactado en 1978, se ha ido vendiendo, poco a poco, a precio de rebaja, se ha ido igualando por abajo, y en vez de ascender renta y educación, la cosecha igualadora ha resultado pobre, y encima nos ha empobrecido a todos.

Y cada vez más una mayoría social expandida hacia la nada, según Javier Marías, «no soporta su propia atonía o inanidad y su incapacidad de admirar delata a mediocres e ignorantes»; ya no hay elementos sagrados ni mitos a los que aferrarse, todo es fugacidad, planicie conceptual, datos vacuos que no reflejan sino un vacío de ideas del que se aprovechan los mostrencos, que no son sólo algunos líderes políticos sino esos peligrosos paladines de audiencias, nuevos 'mussolinis', ni siquiera eso, que, como escribe Vicente Verdú «han convertido el mundo en una monótona y gigantesca plantación»; y en realidad estos apuntes que parecen apocalípticos no hacen sino describir someramente la gravedad de un asunto que es mucho más grave. Yo me pregunto hacia dónde se dirige una sociedad que desconoce sus referencias, prefiere la información a la formación, y adora, no ya al Becerro de Oro, sino al Becerro de Plástico.

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