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La confusión es un ciprés sin cementerio. El gótico sin el oro del cielo. La promesa de un sol helado. La luz del salón en el ángulo oscuro. Escándalo para los sencillos, credo para los poderosos. El evangelio según la obispa episcopaliana Mariann Edgar Budde.
En EE UU hace décadas que el mensaje liberticida de la izquierda prendió en algunas iglesias cristianas inmersas en su particular proceso de decadencia y silencio. En su travesía del desierto, de altares sin sacramento y templos sin imágenes, se encontraron con la tentación de la fama y el dinero. Son conocidas por la opinión pública las aportaciones millonarias de George Soros o las del fundador de eBay, Pierre Omidyar, a señaladas organizaciones relacionadas con movimientos supuestamente cristianos. Las vaciaron de su contenido religioso, y las fueron convirtiendo en un instrumento eficaz para la práctica de su particular experimento de ingeniería social que es el wokismo. Han impuesto una cultura de la cancelación para que lo trascendente se convierta en algo sospechoso, y las agendas supuestamente progresistas sean abrazadas como dogma salvador entre estos nuevos sepulcros blanqueados. Así puede entenderse cómo los episcopalianos americanos pueden defender leyes proabortistas o sucumbir ante la visión hegemónica del feminismo excluyente transgénero sin despeinarse, como nos ha recordado el gran Quintana Paz en X. Han convertido sus púlpitos en altavoces del pensamiento único, y sus sermones en auténticos discursos políticos que nada tienen que ver con la buena nueva del evangelio de Jesucristo. En este contexto de confusión del hecho religioso como una manifestación política más, es entendible que el discurso maniqueo de Mariann Edgar Budde en la Catedral de Washington, triunfara entre los sectores que se declaran abiertamente ateos. Se sintieron plenamente identificados con su mitin. Los que la aplauden en España son los mismos que justifican la intromisión intolerable de la ministra de Igualdad en lo referente a la administración de los sacramentos en la Iglesia católica, confundiendo el alcance de su autoridad política y su legitimidad moral. La cruzada particular de la izquierda en Occidente es la de imponer un régimen de pensamiento hegemónico en el que la perspectiva religiosa no tenga ningún papel, donde la lucha de clases adquiera los ropajes renovados del ecologismo o la ideología de género, y así apropiarse de las causas nobles de una sociedad, con intención de manipularla posteriormente a su antojo. Este edificio ideológico, de despachos con wifi, templos vacíos y bolsillos llenos, está tambaleándose por el brío de las palabras sin hipoteca.
Le recomiendo a la señora Budde que reflexione sobre lo que un día escribió el dominico francés Henri Lacordaire: «Cuando la política entra en el templo, la religión sale por la puerta».
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