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¿A qué hemos estado jugando?

¿A qué hemos estado jugando?

La Tribuna ·

Una carga policial el 1-O contra los cómplices (inocentes o no) de un desafuero, ha tenido tanto peso o más que las mil razones esgrimidas en defensa de una legalidad flagrantemente conculcada

SALVADOR MORENO PERALTA / ARQUITECTO

Domingo, 15 de octubre 2017, 10:19

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La vorágine de estos días, con el discreto encanto de nuestra rutina perturbado por el ya estomagante desafío catalán, ha tenido el efecto colateral de hacernos caer del guindo, comprobando el papel que por lo visto estábamos jugando en importantes tribunas del mundo. Sabíamos de los sarampiones independentistas, pero la normalidad históricamente anormal de nuestra vida democrática nos había hecho olvidar el casillero en el que nos confinó la Historia, que es un relato que siempre escriben los poderosos, y el poder, hasta que algún día se consolide otro nuevo desde oriente, siempre ha pertenecido a la órbita occidental y anglosajona. Una serie de lecturas, como la del celebrado libro de nuestra paisana Elvira Roca Barea 'Imperiofobia y leyenda negra', y algunos artículos y entrevistas en prensa de Antonio Muñoz Molina, Antonio Escohotado y varios profesores e intelectuales que mantienen estrechas relaciones con el exterior, nos desvelan descarnadamente el desconocimiento, nada inocente, que desde esa 'órbita' se tiene sobre la realidad de España, a partir del cómodo estereotipo de país cerril y sanguinario fijado a sangre y fuego desde los lejanos días del imperio.

Una carga policial el 1-O contra los cómplices (inocentes o no) de un desafuero, ha tenido tanto peso o más que las mil razones esgrimidas en defensa de una legalidad flagrantemente conculcada. Y no es una cuestión de la primacía de lo mediático sobre la palabra. No negaremos la vigencia del aforismo de MacLuhan, pero las imágenes valen más que mil palabras especialmente cuando lo que se tiene en la cabeza son mil prejuicios para analizar la realidad y nadie quiere tomarse la molestia de erradicarlos. El prejuicio ya piensa por nosotros, y que el mundo se comporte conforme a la idea que nos hemos hecho de él representa un orden 'natural' de las cosas que traduce, a su vez, un orden mental indispensable para nuestra estabilidad anímica. Y en este sentido tan perturbador puede ser ver unas procesiones de Semana Santa en Notting Hill como seguramente debió parecerle a gran parte del mundo occidental que la España franquista, fascista, aguerrida y torera diera un formidable ejemplo de democracia en 1978: un fastidio tener que deshacer el estereotipo, con lo que cuesta estamparlo en los libros de texto.

Ante las barbaridades que se han podido oír y leer estos días en algunos medios tan acreditados como CNN, 'The Guardian' o el 'NY Times' sobre la realidad de nuestro país uno se pregunta atónito ¿qué pensaban entonces de nosotros los trabajadores 'white collars' de las casi 11.000 filiales de empresas foráneas radicadas en nuestro país? ¿Y qué de las empresas españolas inversoras en el extranjero, en todos los sectores, con un volumen total de 35 mil millones? ¿Qué diablos ven, en qué medios se mueven los miles y miles de turistas residenciales de nuestras costas? ¿Era buena política dejarles residir aquí, montar pingües negocios, atenderles eficazmente en nuestros hospitales, sin que nadie se haya preocupado de fomentar una mínima integración social o cultural? ¿Es que la opinión de los 76 millones de turistas del 2016 y los 3,3 millones de estudiantes con beca Erasmus en los últimos 25 años (el primer país receptor de Europa) no alcanza a tener un pálido reflejo en los medios de comunicación de sus países? ¿Podemos estar seguros de tener un eficaz Servicio Exterior del Estado cuando vemos destrozar a diario la acción española en América, con sus sombras y sus muchas luces, sin que a ningún otro país colonizador se le reproche su comportamiento genocida...? ¿Podemos estar seguros de que no se ha dilapidado el prestigio que España consiguió levantar en su hinterland político-cultural latinoamericano en los años 90? ¿Podemos preguntarnos qué alcance efectivo ha tenido el tardío Instituto Cervantes en comparación con similares instituciones británicas, alemanas, francesas o italianas? ¿Y el ICEX? ¿Qué éxito le podemos atribuir a la 'Marca España' a la vista de esos resultados?

Los españoles caemos de la parte afortunada del mundo, claro está, pero ello no nos impide exhibir lo que costó pasar de una dictadura a una democracia y, a los jóvenes, lo que significa desarrollar toda una vida (la única que se tiene) desde el epicentro de una brutal crisis económica. Resulta especialmente duro que España tenga que competir en la globalización desde la dificultad de su posición periférica, la debilidad interna de su corrupción política y en el fragor de un ataque viral de infamias procedentes de quienes reciben su flujo vital del antagonismo hacia ella: separatistas, leninistas y los supremacistas encuadrados en los 'WASP' (blancos, anglosajones y protestantes). En realidad son tribus que necesitan denigrar a otro para reafirmar sus identidades. Nada nuevo en la dialéctica de la Historia. Pero tan ingrato es que te denigren como dejar pasivamente que lo hagan. Por eso, si los cuarenta años de pertenencia al club de las democracias occidentales no han servido para acabar con los estereotipos que nos descalifican como un país homologable tenemos todo el derecho a preguntarnos ¿a qué diablos hemos estado jugando?

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