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El chiringuito de toda la vida habría que ir proponiéndolo como patrimonio de la humanidad junto con el espeto porque está en peligro de extinción. Qué pena más grande, porque es una de esas cosas a las que cuando las tienes no le haces muchas fiestas, pero que echaremos en falta cuando escaseen. Y cada vez hay menos.

Comer bien puedes comer bien en un montón de restaurantes en Málaga, pero igual de bien y casi las mismas cosas que en cualquier ciudad y que en muchos sitios de España y de fuera. La mayoría sin nada especial que recordar. Y si no, que le pregunten a la gente que viene de fin de semana o de vacaciones dónde quiere ir y qué piden.

Es una de esas cosas que hay aquí y solamente aquí, como las ventas, o los bares en los que te recuerdan con una letrero que hay caldillo de pintarroja, los puestos del mercado central en los que tomar tapas apretujada o comer boquerones con los pies en la arena, el vaso de cerveza en la mano y la mirada puesta en las olas. Quién necesita meditación con ese chute de mindfullness. Suerte que los Montes no parece una zona en la que se vaya a fijar una multinacional para poner ahí una cadena de ese tipo de locales que se abren ahora, que parecen todos cortados por el mismo patrón, muebles nuevos con falso aspecto envejecido y vintage, aires nórdicos y sillas desparejadas.

Cuanto daño ha hecho la globalización. No habíamos caído en la cuenta de que si veíamos todos las mismas series, llevábamos la misma ropa, celebrábamos Halloween y fiestas de graduación en todos los cursos posibles y viajábamos a los mismos sitios, otras cosas que sí nos gustaban iban a cambiar también.

Qué se puede esperar de una nueva generación de niños que igual no quieren desayunar en casa porque la leche les sabe a vaca, pero en sus primeras salidas lo más de lo más es irse a un bar de cereales a tomar un tazón de leche de colorines con cereales, nubes, lacasitos y un montón topping. lo que antes llamábamos un tazón de leche con chococrispis. Y se lo cobran a cinco o seis euros, como si fuera un gin tonic. Y tan contentos.

Hace tiempo que decidí que las comidas que más me gustan son las de los sabores que recuerdo: un señor cocido, un arroz a banda en condiciones, un gazpachuelo bien preparado, un gazpacho fresquito, un pincho de tortilla de patatas.

Y la verdad es que por más que pruebe cosas nuevas, algunas de ellas muy ricas, no me levanto por la mañana con la idea de ir a tomar otra vez un plato cuyo nombre rimbombante no recuerdo y el sabor, casi tampoco.

Acabaremos tomando el café en un gran vaso de plástico mientras andamos apresuradamente por la calle. Tiempo al tiempo.

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