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El sitio de mi recreo

La España cosmética

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Sábado, 28 de abril 2018, 09:40

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Nuestra vulnerabilidad nos obliga a ser personas. A comprender nuestra fragilidad como hombres, sin decepcionarnos. Reconocemos en la derrota, no sólo a los que nos importan, sino a los que siendo desconocidos en último término nos recuerdan a nosotros mismos. Y ahí, en ese rincón, sin certezas, ni brillo, tenemos la oportunidad de encontrarnos con la medida, con la proporción, con la que debemos relacionarnos con los demás. Decía María Zambrano que «basta amar de verdad a alguien para que sepamos de lo corruptible de nuestra condición». La política en España se ha convertido en los últimos tiempos en un coto de caza sin veda. Con piezas que se cobran semanalmente, y cazadores ocultos en sus puestos de privilegio, que utilizan a los medios de comunicación como jaurías que persiguen a la presa hasta que la ponen en suerte. Se traspasan todos los límites para anular al adversario político de la forma que sea, con la única ambición de ejercer el poder sobre los demás. Las cloacas de nuestro país han impuesto una regla: cazar o ser cazado. La democracia nunca debiera desposeer a los políticos de su condición de personas, tan débiles y vulnerables como cualquiera de nosotros, porque eliminaríamos su derecho de ser de la misma pasta que la de los que representan.

Lo vivido esta semana por Cristina Cifuentes debe hacernos reflexionar sobre la calidad de nuestra democracia. Sin detenernos a valorar la conveniencia o no de su renuncia a seguir siendo la presidenta de los madrileños, ¿era necesario destruirla en lo personal para conseguir su salida política? Dos botes de crema facial han descrito a la España cosmética en la que vivimos, donde la desproporción y la desmedida han vencido en el debate público, olvidándose finalmente de las personas y menospreciando la auténtica dimensión de los hechos que se analizan, quedándonos en la epidermis de la realidad.

El daño que este tipo de política cinegética nos está haciendo como sociedad es tremendo. Nadie en su sano juicio, que se sepa vulnerable, que se reconozca en la imperfección, querrá acercarse a los aledaños de ningún partido político, sabedores que en el futuro, sobre su debilidad, podrán construir un argumento con el que chantajearlo y destruirlo no sólo en lo político sino en lo personal. La lista de víctimas de este asedio en las filas populares cada vez es mayor, y representa un claro signo de descomposición orgánica del partido, donde ya nadie se fía de nadie. El centro-derecha español ya se suicidó una vez con UCD y sus simpatizantes comprobaron lo difícil que es construir de nuevo una alternativa solvente. La arruga en política, por desgracia, no es bella.

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