Escribidores
La Málaga cultural da un nuevo paso y lo hace en el mundo de la palabra y las ideas. Bien está el subidón museístico que ... además de abrir los ojos a los ciudadanos atrae visitantes informados que se hospedan, comen y propagan la tumultuosa excelencia de la ciudad. Bien están las manifestaciones audiovisuales que rinden pleitesía a lo que cansinamente se llama la era de la imagen. Pero por encima, por debajo, al margen o donde el cliente lo quiera situar, está la palabra como asentamiento y cimiento de ese edificio, a veces con apariencia de manicomio, que es la cultura.
Los organismos malagueños que de modo encomiable guardan la llama de la literatura hacen un servicio no siempre tan visible como el de sus hermanos, o díscolos cuñados, culturales. La semana que mañana comienza algunas entidades se unen en el empeño de convertir Málaga en ciudad literaria. Escribidores, tercera edición. El viejo nombre de aquel muchacho con ínfulas de escritor que corría de un empleo a otro, siempre redactando comunicados, noticias, relatos radiofónicos -Vargas-Llosa europeizándose, universalizándose, mestizándose-, el escribidor, como nombre de pila de un festival que pretende dar una visión actual de la novela y del pensamiento desde América y Europa.
Idea de la Cátedra Vargas-Llosa con Raúl Tola a la cabeza que vino a Málaga siguiendo el dedo índice de Juan Cruz y fue acogida y potenciada por Salomón Castiel en sus tiempos térmicos y que ahora es amparada por distintas instituciones de la ciudad, la provincia y Andalucía. Málaga será exportadora estos días para toda la región de su contrastado músculo, en esta ocasión literario. Richard Ford, Joyce Carol Oates, Félix de Azúa, Juan Gabriel Vásquez, Andrés Trapiello y treinta nombres más de primera línea para debatir, no sobre ángeles, estrellas y musas -aunque alguna se colará- sino sobre el poder y la palabra. Esa vieja balanza y esa antiquísima tentación de fagocitar por parte de unos la mente y la lengua de otros. Los caminos de la libertad, como aquella gran trilogía de Sartre, puestos bajo lupa en unos momentos donde los poderes se ramifican y son tanto o más peligrosos que nunca dada la invisibilidad de algunos de ellos. La novela, todavía, puede ser un buen instrumento para adentrarse en ese territorio de sombras. Las novelas, con su declaración explícita de mentira, de imaginación pura, no mienten. O, dicho mejor, en boca de uno de los escribidores, Félix de Azúa: el relato «siempre es verdadero porque nadie duda de su falsedad. Es justamente la falsedad del relato lo que constituye su verdad única». Quién da más en tiempos de tanta patraña.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión