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JOSE FRANCISCO DEL CORRAL
Domingo, 3 de septiembre 2017, 09:56
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El evangelio de este domingo suscita el escándalo de los que como Pedro no pueden entender un Mesías sufriente; y corre el riesgo de ser una locura para los que solo admiten un Dios a la medida humana. Escándalo y locura para los que no conocen el amor de Dios a los hombres. Son necesarias la luz y la gracia de Dios para acoger en el corazón estas palabras de Jesucristo. ¿Cómo comprender a Jesús diciendo que tenía que ir a Jerusalén a padecer allí mucho y ser ejecutado, cuando Él o su Padre podían evitarlo? «¡Lejos de ti tal cosa, Señor!» Le dice Pedro desde su humanidad.
Pero este evangelio no se limita a la cruz de Jesús, sino que Jesús añade que su discípulo ha de negarse a sí mismo y cargar con su cruz; después seguirlo. Pone una fuerte condición para el que quiera salvar su vida: salir del propio yo, vivir en completa obediencia a Dios, aceptar las situaciones difíciles y dolorosas del día, sin abandonar lo que perfecciona y mejora la vida humana e interesa al Reino de Dios (GS 39).
Mas este evangelio no es un anuncio fatalista de cruz, sino que es un anuncio kerigmático: proclama la resurrección de Jesús (ya acontecida) y la de todo hombre, porque habla al hombre de salvar la propia vida, y acaba diciendo que el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre a pagar a cada uno según su conducta. ¿Acaso va a venir a pagar a muertos? No, sino a vivos, a resucitados.
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