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Érase una vez una Europa unida, solidaria. Érase una vez un mundo donde no existían ni la demagogia ni la corrupción y los ricos compartían sus riquezas con los más necesitados. Y no los dejaban morir en alta mar o en sus miserables países de origen. Érase una vez un mundo donde los países pobres no eran esquilmados por los países ricos. Érase una vez un planeta en paz, naciones unidas de verdad, sin fronteras inicuas. Un mundo de pueblos hermanos y gente contenta. Érase una vez en Hollywood.

Europa no es Hollywood, pero la mentira manda igual, con más soberanía o menos, importa poco, como muestra el pulso entre Salvini y Sánchez a cuenta del 'Open Arms' con el arbitraje invisible de Bruselas. Para colmo, mientras el 'Open Arms' se debatía en el mar de la muerte esperando ayuda por estas alegres tierras se discutía con desparpajo sobre si Neymar valía o no los 38 millones de euros anuales que el Barça y el Madrid estaban dispuestos a pagarle. Bochorno o vergüenza se quedan cortas como palabras sin sentido en un mundo que expresa su lógica en estos cínicos extremos. Aunque Richard Gere haya querido enmascarar con su humanismo de escaparate una situación insostenible como la de este barco maldito, son los gobiernos europeos los que han quedado retratados como lo que son. Agencias fariseas. Pantallas que encubren las derivas globales del dinero y los negocios locales nacidos al calor de sus gestiones y finanzas. Así va el mundo. La Amazonia arde, incendiada por ganaderos y agricultores que realizan el programa destructivo de Bolsonaro, sin que hagamos otra cosa que protestar en vano frente al televisor donde vemos el avance de la devastación, mientras todo París se inflama contra el jugador más jeta de la historia.

Y los tertulianos proclamando que nada importante sucede en agosto. Nada avanza. La maquinaria atascada. El grifo cerrado. El motor gripado. Las luces apagadas. Vacaciones mentales para todos. Y yo me lo creo. Y el 'Open Arms', con su naufragio humanitario, sume a Salvini en la infamia y a Sánchez en la impotencia. Los tibios ataques de Macron debilitan al fascista Bolsonaro. Y las embestidas comerciales de Trump se estrellan contra la estrategia confuciana de Pekín sin daños colaterales, como el 'Brexit'. Y Podemos entra en el gobierno para aplicar sus políticas y así no iremos a nuevas elecciones. No las queremos, no las necesitamos, como tampoco la sentencia del 'procés' para amargarnos el otoño con malos rollos nacionalistas. Érase una vez, sí. Mucho cuento y muchos cuentos que contarnos aún hasta que tengamos la conciencia satisfecha y el sueño tranquilo. La mentira manda, por nuestro bien, en todas partes. En Hollywood y en Biarritz. En Brasilia y en Washington. En Madrid y en Bruselas. En París y en Londres. Geografía global de la falsedad. Qué grande es Tarantino.

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