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Luis Utrilla Navarro
PRESIDENTE PROVINCIAL DE CRUZ ROJA
Domingo, 5 de enero 2025, 01:00
Escribía Ortega y Gasset a principios del siglo XX que el hombre sin la técnica no existiría. Era una reflexión que el filósofo español hacía sobre como el desarrollo de las primeras herramientas por parte de nuestros antepasados homínidos, había permitido que nuestra especie superara ... las dificultades que la naturaleza pone a los animales que la habitan. Decenas de miles de años después, cuando parece que los humanos hemos alcanzado un dominio total sobre la naturaleza, resulta que el reto al que ahora nos enfrentamos somos nosotros mismos. Nuestras actitudes egoístas, codiciosas, violentas y, en definitiva, irresponsables, están poniendo en jaque a la sociedad, siendo los principales damnificados de estos desmanes los colectivos más débiles. Parecería que hemos olvidado nuestra condición de seres sociales, una de las características que nos ha permitido llegar hasta donde estamos.
Caídos en gran medida en desuso los principios éticos que originaron los pensamientos socialistas, democristianos o humanistas del siglo XX, en estas primeras décadas del siglo XXI nos encontramos ante el avance implacable de las políticas neoliberales, de los nacionalismos excluyentes, del economicismo absoluto y del individualismo feroz. Y frente a esos posicionamientos cada día más extendidos, quizás, la educación sea la única, o al menos, la mejor de las herramientas para la construcción de un futuro para todos.
La educación en su sentido más amplio: ética, en derechos humanos, académica, social y medioambiental. Pero también política, asociativa, empresarial, y un largo etcétera. Una educación que nos permita reconocer el pasado del que venimos, como pieza fundamental para comprender e interpretar el presente. Una educación dirigida a las personas, y que debe llegar a todos y cuantos formamos parte del género humano. No sólo a los que habitamos los países desarrollados si no, y quizás con mayor razón, a los que viven en países pobres, bajo sistemas totalitarios, en aldeas recónditas, o en lugares en conflicto, coadyuvando a reducir la brecha educativa entre países.
Tenemos las herramientas para ello, y sólo tenemos que utilizarlas. Porque como postulaba Kant, el hombre es la única criatura que debe ser educada, y cada generación tiene el compromiso de educar a la siguiente, como fórmula para que, a través de la educación, podamos conquistar el preciado bien de la igualdad. Una educación que requiere esfuerzos y trabajo, de los educadores y de los educandos. Y, sobre todo, un decidido compromiso de la sociedad facilitando, no sólo recursos, sino principalmente el reconocimiento y la valoración adecuada de su importancia. Unos postulados de los que parece que nos alejamos día a día. La preeminencia de las redes sociales y los dispositivos móviles; el consumo de información degradante; padres hiper ocupados que delegan la educación de sus hijos; profesores con ratios inasumibles de alumnos y cargas administrativas estériles; y un largo etcétera, son algunas de las piedras que salpican el camino educativo.
Sólo hay que analizar el informe PISA para ver que nuestro país sigue situado muy por debajo de la media europea en rendimiento lector, lejos de los países que lideran la tabla: Finlandia, Japón y Suecia. Del mismo modo, nos encontramos en el tercio inferior de la tabla de rendimiento matemático, alejados porcentualmente, más aún si cabe, de los primeros países, que no es casual que sean los mismos que en el caso anterior. Datos que deberían hacernos reflexionar sobre nuestro deficiente modelo educativo, y, a la par, preguntarnos porqué países sin grandes recursos naturales, han optado por la educación como elemento de transformación social: Corea, Singapur o las mismas Finlandia y Suecia.
Desafortunadamente no tenemos informes PISA similares sobre la educación en valores o en derechos humanos, cuya correlación debemos deducirla de los informes judiciales y policiales de maltrato, agresiones y muertes violentas. Aunque sea sólo un ejemplo, según datos de Naciones Unidas, más de 90.000 mujeres son asesinadas cada año en el mundo, más del 50% por sus propias parejas. En otros ámbitos similares se sitúan los asesinatos de periodistas, que la UNESCO cifró en 65 profesionales en 2023; o de cooperantes humanitarios, que la ONU sitúa en 281 en 2024; o los más de 100 muertos, entre profesores y niños, víctimas de los tiroteos en los colegios de EE.UU. desde 2020. Por último, y especialmente significativo, es el caso de las personas que huyen de la guerra y de las hambrunas, que Amnistía Internacional sitúa en varios millones de migrantes anuales, un número que siguen creciendo cada año.
Ante esta situación, la educación no es que resulte importante, sino que quizás sea nuestra única salida. Desde Cruz Roja creemos firmemente en la educación como palanca del cambio social, y desde hace décadas trabajamos en dar apoyo al sistema educativo público, con talleres y charlas a niños y adolescentes sobre gestión emocional, adicciones, habilidades sociales o resolución de conflictos. Impulsando actividades de apoyo escolar y de ocio saludable a las familias más vulnerables. Trabajando con los alumnos expulsados de los centros educativos, abandonados a su suerte por el sistema público. Participando en las zonas de ocio juvenil incorporando Puntos Violeta de prevención de violencia sexual; realizando talleres de padres y educadores; impulsando la formación para el empleo de adultos o en mitigar la brecha digital en las personas mayores. Porque, un mundo mejor es posible, y para construirlo, nada mejor que la adecuada educación de las generaciones presente y futura.
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