Hace pocas semanas cumplí 15 años como docente y tampoco hace mucho más tiempo que he comenzado a desterrar el síndrome del impostor frente al ... término «Profesor». Siempre me pareció demasiado elevado como para utilizarlo con naturalidad aunque mi nombre apareció junto a esa denominación en el BOE hace ya muchos años.
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Creo que se trata de una de las profesiones más complejas que se pueden desarrollar y en la que únicamente el tiempo, la propia vocación y la actitud te permiten desenvolver con solvencia. Es algo que trato de trasmitir a las decenas de aspirantes a los que he tenido la suerte de poder tutorizar las prácticas. Una suerte de ciclo sin fin donde el mes de septiembre supone un renacer a todo lo hecho hasta ese momento. Una oportunidad de volver a empezar pero conociendo los errores y aciertos que cometiste en tus pasadas vidas. Una oportunidad única de reconciliarte con tu mejor yo y ofrecerlo a la sociedad. Una especie de Bill Murray pero sin tedio ni marmota.
Ser un buen profesor es muy difícil pero es apasionante. Esa fascinación por el trabajo de transmitir conocimientos deriva del hecho de trabajar con personas. ¡Eso es lo que lo cambia todo! Porque cada alumno es diferente y el posible hastío o monotonía desaparece si eres capaz de mirar a cada uno de ellos como lo que son, seres irrepetibles plenos de expectativas.
Otros trabajos como los sanitarios también tienen el privilegio de trabajar en la intimidad del individuo pero nuestro contacto es, si cabe, más intenso. El día a día, curso a curso. Empaparte de ese crecimiento, de esa evolución, de esa creación del individuo de la que tú eres protagonista. No es raro que un profesor pueda acompañar de forma continua, durante secundaria y bachillerato, a un mismo grupo. Imagínense verlos crecer durante 6 años de los 12 a los 18.
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Sociedad
La Educación antes que todo, sobre todo y vertebrándolo todo. Esto no es ningún secreto. El avance de cualquier sociedad depende del nivel de su Educación, es decir, de su capital humano. La tragedia es que no se trata de un puente que se pueda inaugurar, sino de un logro a medio plazo que solo sociedades realmente maduras son capaces de valorar y ennoblecer.
Y ya está, no hay más secretos tan solo se necesita una sociedad bien formada con criterio propio para que los países funcionen y alcancen un notable desarrollo. Otros factores como la riqueza en materias primas o la posición geográfica son anecdóticos en comparación.
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La Educación es el gran ascensor social, mejor dicho el único ascensor social. Una comunidad sana debe permitir y alentar que cada individuo pueda alcanzar las metas que se proponga independientemente de su origen y circunstancias. De ahí que la Educación Pública deba ser de primer nivel y estar prestigiada y privilegiada por todas las instituciones y frente a todo. No hay acto menos patriótico que marginar sectores de población. No hay mayor irracionalidad que prescindir de un porcentaje de individuos que pueden dar lo mejor de sí mismos si se les permite desarrollar su potencial. No existe mayor suicidio colectivo que generar guetos de pseudoalfabetización. En ese objetivo ningún país sensato puede escasear todos los esfuerzos necesarios.
Política
La Educación suele ser un objetivo muy apetecible en la peor de las acepciones políticas. Esa que habla del ventajismo propio, la falta de igualdad, el favorecer unos territorios frente a otros o el adoctrinamiento secular.
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Desde el inicio de la democracia, la Educación ha sido la pieza de caza mayor. Ha entrado sin pudor alguno en las negociaciones y componendas de gobiernos de toda orientación. No se trata de tesoro que hay que proteger sino de un producto de intercambio que mejora tu mano a la hora de negociar una apuesta.
Lo más sangrante es que el discurso alambicado disfraza las verdaderas intenciones. En una España con 17 sistemas las opciones de que la esencia de la Educación se prostituya parecen infinitas.
Solo es necesario contemplar un ejemplo. España es un verdadero país plurilingüe, un fiel reflejo de una historia rica como pocas. Dicha diversidad idiomática debe ser protegida y puesta en valor y, en consecuencia, el profesorado adscrito a una determinada Comunidad Autónoma, con lengua propia, debe conocer ese idioma y poder comunicarse en él. Este razonamiento me parece impecable. Pero lo cierto es que el castellano es la lengua común y como tal era la que te posibilitaba presentarte a cualquier proceso selectivo en todo el país. Posteriormente se concedían 2 años de transición para que el docente que hubiera sacado la plaza acreditara su aprendizaje del idioma regional. Me parecía una solución muy razonable. Por un lado se preservaba la riqueza idiomática de una determinada región y esto se conjugaba con valores constitucionales como la igualdad de oportunidades. Pero además, se conseguía una plantilla docente mucho más rica y variada al permitir que profesionales de otras regiones ejercieran su cátedra. Esto duró poco y rápidamente se cambió por una exigencia inicial de examinar a los aspirantes en el idioma regional. La consecuencia son sistemas educativos mucho más cerrados de lo deseado. Una suerte de endogamia y de visión unívoca en un terreno de juego que debiera de presumir de todo lo contrario.
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Es solo una de las consecuencias de manosear la Educación en la taberna política y de no tratarla como el sanctasanctórum que debería ser.
Maestros y Profesores
En estas figuras recae la responsabilidad de ejecutar los planes educativos, es decir, la columna vertebral de lo que somos o de aquello que pretendemos ser como sociedad. Tan altísima responsabilidad tendría que ser reconocida y prestigiada, pero por desgracia no es así. Los cuerpos docentes debieran ser la élite del funcionariado o por lo menos una de ellas.
Ese prestigio calaría en la sociedad con una consecuencia directa y es que los mejores estudiantes quieran ser maestros y profesores. Todo agricultor, con un mínimo de sensatez, solo planta semillas de los mejores frutos. Ese efecto multiplicador es el que se debe buscar en la Educación.
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Hay mucho por hacer en todos los sentidos y especialmente en infantil y primaria, es decir, en las Escuelas de Magisterio. Por la simple razón de que es en esas edades donde realmente se juega gran parte de la partida. Es insensato que estos estudios universitarios no gocen de la máxima excelencia y que cada año salgan un 40 % de graduados que no van a poder ejercer por la falta de planificación, es directamente un dislate.
El prestigio de los estudios de Magisterio debiera ser, como mínimo, similar al de Medicina. Pero no acaba ahí la comparativa con los estudios de la bata blanca. Ajustar las plazas a la demanda real es de pura lógica. Sí, unos estudios exigentes, con notas altas de corte y donde la inmensa mayoría de los graduados pueda ejercer aquella profesión para la que se han formado.
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Algo similar es de aplicación para el Máster de Educación Secundaria. En ambos caso tendríamos que hablar de un MIR.
La implementación de un sistema MIR en Educación es un tema recurrente que se cacarea en los medios de forma habitual pero nunca termina de sustanciarse. Dicho sistema tiene toda la lógica. Educar es una labor donde la formación práctica lo es todo.
Darte cuenta de tus debilidades y limitaciones a la hora de transmitir y conectar con el alumnado. Las dificultadas intrínsecas a cada materia y disciplina. La resolución de conflictos, la capacidad para detectar carencias, necesidades… Requieren la tutorización de alguien con experiencia, de alguien que haya transitado por esos territorios previamente y pueda aportar sus errores y aciertos para que las nuevas generaciones puedan perfeccionar el proceso de enseñanza-aprendizaje.
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Leyes
La sociedad ha perdido la cuenta del número de Leyes Orgánicas que han discurrido por nuestra democracia en el ámbito de la Educación. Esta es una consecuencia mesurable de la falta de respeto y escrúpulos de las clases dirigentes. Imagino que no son conscientes del daño que dispensan, en la línea de flotación, de todo el Sistema Educativo. Prefiero pensar así porque solo cabría calificar como de actitud miserable en caso contrario.
Una Ley Orgánica de Educación es como un buen vino. Sí, hablo de buen vino. Si uno lee las diferentes leyes habidas en democracia se da cuenta que son textos que rezuman buenos propósitos y mejores intenciones. Pero una Ley de Educación no es nada, es un texto lo suficientemente abierto e inconcreto con una enorme capacidad de ser envilecido o arrastrado a la excelencia. La verdadera partida se juega en los Reales Decretos, Decretos y Órdenes. Es decir, en el desarrollo de esa Ley.
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El desarrollo de una Ley de Educación es una labor titánica y muy farragosa. Donde se actúa en diferentes niveles de la Administración y existe una enorme tentación política de introducir sesgos alejados del bien común y cercanos a la inoculación de visiones políticas partidistas en promociones enteras. Esto es común a todas las administraciones pero una verdadera obsesión en aquellas dirigidas por opciones nacionalistas que ven en la Educación el primero y mayor objetivo de su quehacer político.
Decía que una Ley de Educación es como un buen vino, es decir, el tiempo lo puede encumbrar o llevar a un vinagre pestilente. El tiempo es la clave.
Una Ley se puede perfeccionar durante años, de hecho, el desarrollo completo de una Ley de Educación necesita no menos de 6 a 8 años y a partir de ese momento se puede empezar a disfrutar de cierta estabilidad más que necesaria en una labor tan compleja. En consecuencia, una sensatez mínima aconsejaría no tocar las leyes de Educación en 20 años como mínimo. Esto no quiere decir que no se pudiera adaptar su desarrollo normativo a las exigencias de una sociedad cambiante. Pero si permitiría una estabilidad esencial en un par de generaciones.
Actualmente tenemos en vigor una Ley del 2006 modificada en el 2013 y vuelta a modificar en el 2020. El desarrollo normativo corresponde a la del 2013 donde algunas de sus Órdenes son muy recientes como las de Secundaria y Bachillerato en Andalucía de enero del 2021. Y hace tan solo unos días se ha publicado el Real Decreto que empieza el desarrollo de la modificación del 2020. Es decir, un monumental embrollo.
Paso a comentar brevemente el «Real Decreto 984/2021, de 16 de noviembre, por el que se regulan la evaluación y la promoción en la Educación Primaria, así como la evaluación, la promoción y la titulación en la Educación Secundaria Obligatoria, el Bachillerato y la Formación Profesional» que el que actualmente está generando la mayor controversia.
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Se trata del primer paso en el desarrollo de la nueva Ley de 2020, es decir, todavía quedan los Decretos y Órdenes. Pero este Real Decreto ya es de aplicación en el presente curso. Después de un par de lecturas puedo afirmar que se trata de otro claro exponente de populismo normativo, si definimos el populismo como la aplicación de soluciones simples a problemas complejos. Y de eso se trata, tenemos un problema grave y arduo que es que el 30% de los alumnos ha repetido alguna vez y que el 16% no completa sus estudios. A ese problema se le podrían poner soluciones más lógicas, como por ejemplo: disminuir la ratio de alumnos por profesor, disminuir el número de asignaturas por curso (es un disparate que un alumno de 12 años tenga 13 asignaturas diferentes impartidas por 13 profesores también distintos), conseguir la plena escolarización en infantil… Se trata de verdaderas soluciones cuyos resultados se verían a medio plazo y costarían dinero, algo que no es admisible, parece ser. A cambio tenemos una nueva normativa que flexibiliza la evaluación hasta extremos preocupantes. Otorga todo el poder decisorio al Equipo Educativo (todos los profesores que dan clase en un mismo aula) de forma que en un mismo Centro se van a poder generar agravios comparativos no digamos ya entre diferentes centros o entre diferentes comunidades autónomas. Con un grave problema y es que, al final, el título expedido, sea de Secundaria o Bachillerato, será el mismo en toda España y gran medida puede significar algo muy diferente dependiendo de dónde se haya logrado. Es decir, un desastre que va a generar nuevos problemas y que, sobre todo, va a suponer un ataque a la Educación Pública con pocos precedentes. Educación que necesita ser prestigiada por quienes dicen protegerla y no todo lo contrario.
Sigamos. El desarrollo normativo de la última reforma ha empezado a publicarse y su implementación se hará de forma gradual en diferentes niveles y cursos. Un enorme lío como cualquiera se pude imaginar. Durante un determinado tiempo convivirán diferentes normativas en un mismo sistema para desesperación de todo individuo que asome los bigotes por un centro educativo. Esto supondrá un gran esfuerzo de adaptación que cristalizará en poco porque el principal partido de la oposición ya ha anticipado que cambiará la Ley en cuanto retorne al poder. Sí la Ley, no un Real Decreto o una Orden. Así que vuelta a empezar, pocas veces las tragedias se anticipan con tanta premura.
Actualmente nos enteramos de las novedades del próximo desarrollo por la prensa a modo de titulares groseros en la mejor tradición de la prensa amarillista. ¡Qué falta de respeto! ¡Cuánta insensatez!.
¿Qué sería lo mínimamente sensato? Pues sacar a la Educación de la disputa política. Con las cosas de comer no se juega y la Educación es la leche materna para un niño de 2 meses.
Apreciados políticos tienen ustedes terreno de juego de sobra para sus confrontaciones y toma de posiciones pero por favor dejen de una vez esta estrategia suicida que está lastrando como ninguna otra el bien común.
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Urge un pacto por parte de los partidos con vocación de gobierno que fije una Ley estable que calme el panorama para los próximos 20 o 30 años, urge proteger a las leyes de Educación con mayorías muy cualificadas (mínimo 3/5). Introducir en esta negociación a partidos sectarios que solo les interesa el desarrollo de unas regiones en concreto (a costa de otras) es una enorme irresponsabilidad. Se trata de la herramienta más eficaz para la igualdad y la prosperidad del conjunto de la sociedad, no sigan maltratándola.
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