DUDAS Y SILENCIOS
HAY quien participa intensamente en las celebraciones que marca el calendario, no solo en las fiestas más significativas, dejándose llevar por la inercia, sino que ... termina empapándose de todo un programa de actividades que confeccionan instituciones y colectivos y vive cada detalle de todo lo que se le ponga por delante. Debe de ser agotador acudir a diez o doce zambombas flamencas que organizan algunas poblaciones, como Marbella por ejemplo, no faltar a otras tantas comidas navideñas y hasta ponerse el traje correspondiente del desfile que toque cada día. Pues hay quien lo hace y aguanta. No sabemos como estarán algunos cuerpos cuando termine el periodo navideño, y las carteras, que van vaciándose a plazos con la utilización de unas tarjetas que tienen una memoria infalible.
Hay también quien, por contra, aprovecha alguno de los paréntesis que se producen de fiesta en fiesta y respira hondo intentando vivir el momento. Ocurre cada año el uno de enero, cuando coincidiendo con el amanecer, y cuando el mundo parece haberse detenido, salen a la calle los partidarios de la tranquilidad y el sosiego que, durante unas horas, se hacen dueños de las solitarias calles del pueblo, solamente interrumpidos en alguna ocasión por los que alargan la fiesta hasta no sostenerse en pie y vuelven de una noche loca. En esos momentos es cuando muchos se preguntan por qué el mundo va tan deprisa siempre y no se para más a menudo para contemplarse a si mismo y replantearse muchas cosas.
Es como una metáfora del resto del año, ese que comienza cuando sus majestades los reyes magos han dejado su cargamento de regalos, que al mismo tiempo es un anuncio de que todo vuelve a la normalidad, entendida esta como que los niños vuelven al colegio y los adultos a sus trabajos o a la rutina de buscarlo. Unos se adentran en la actividad, a veces frenética, y otros se encierran en sus silencios, pensando si esa frontera invisible del cambio de año traerá esta vez una solución a sus problemas.
Han coincidido estas fechas con los interminables trámites y negociaciones para formar un gobierno nacional, lo que ha generado incertidumbres sobre los resultados y dudas sobre el futuro. La política la ve cada cual a su manera y para unos los reyes magos pueden traer un buen regalo mientras que para otros puede ser una buena carga de carbón. Lo cierto es que parece que este año nos ha importado mucho menos el tradicional balance de los últimos doce meses que lo que nos va a traer el nuevo año, con tantas cosas pendientes a las que es urgente meter mano con rapidez para no alargar más las expectativas.
Para algunos parece que no ha existido la Navidad, en el sentido en que la mayoría la entendemos, donde imperan los mensajes de paz y armonía y afloran los sentimientos más profundos, sino que más bien han aprovechado esa circunstancia para intensificar la lucha por conseguir objetivos de poder y hablan de deslealtad, intolerancia o traiciones. Se escuchan repetitivamente sus mensajes, que consideran cargados de razones frente a la que llaman sinrazones de sus rivales. Y ante esto también se escuchan los silencios de una multitud que espera que sus deseos navideños imperen sobre la incertidumbre y las dudas que se han ido acumulando en el año recién terminado.
No se podrán quejar aquellos que aspiran a desarrollar sus trayectorias políticas, por cualquiera de los caminos que hayan elegido, de la paciencia de unos ciudadanos que han aguantado (y aún lo hacen) los diferentes vaivenes a los que han sido sometidos. Muchos, desde sus silencios, seguro que mantienen la esperanza de que los magos de oriente se saquen algo de la manga y despejen muchas dudas. Feliz año.
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