Una dosis, dos dosis, trombosis
VOLTAJE ·
El ambiente en los puntos de vacunación siempre aparenta estar regido por un discreto caosLa tercera vacuna no se inocula con el mismo ánimo que la primera. La tercera se hace más árida, más cuesta arriba, más pesada. Esto ... sucede porque ya está uno saciado de hastío, cansado de navegar y de ir por la vida esquivando balas. En la memoria resiste el recuerdo de la sensación de plenitud de la primera dosis, de orgullo y de alivio, de ver el principio de un final. Cuánta inocencia aquella comparada con la de hoy que, con obediencia y una extraordinaria extrañeza de ser de los pocos no contagiados de mi entorno, he acudido a la llamada de la tercera, y he mirado cara a cara a la Moderna pese a haber sido de Pfizer de toda la vida, y hace un año bromeaba con un inmunólogo si la Moderna era la vacuna que debía ponerse la gente más actual. No, claro, ARN modificado, zoquete.
El ambiente que se cuece en los puntos de vacunación sin cita previa siempre aparenta estar regido por un discreto caos. Nada más lejos. Allí reina la civilización, en ese grupo arremolinado con distancia, con orden. Justo por eso, acudir allí con mi cita concebida resultó ser el primer inconveniente. «Es que no tenían que haberle dado cita aquí», comentó un operario. Vaya tela, pensé, para una vez que me dan hora en Salud Responde, eso sí, con una sospechosa posibilidad de selección de todos los días y momentos que a uno podrían ocurrírsele. Sin ninguna discreción, a los caraduras que nos habíamos presentado allí a nuestra hora nos iban dirigiendo a la cabeza de la cola, delante de la gente sin cita; la más misteriosa y la más insospechada. Esperando el turno, las miradas se preguntaban si esta sería la primera. Empiezo a pensar que este contexto es parecido al que se produce en las narcosalas, me pasan enseguida y dentro les recuerdo a todos los presentes mi relación con Pfizer.
No importa. Hay un rebujito de laboratorios en mi sistema inmune. Justo en el momento del pinchazo, todavía resonaban los vítores de una manifestación de antivacunas con la que me crucé por casualidad. Había recaído en Sevilla, alojado en un hotel venido a menos que está al lado del Hospital de las Cinco Llagas; un nombre inquietante para un sanatorio, pero con gracia y atractivo como sede parlamentaria andaluza. A la vuelta de una ruta con ínfulas culturales, me encontré con el sprint final de esta marcha cuyos integrantes venían de toda Andalucía. Tampoco eran muchos, todo hay que decirlo, y en la línea de meta vi unos carteles muy simpáticos, de una riqueza poética singular. Uno de ellos decía 'Una dosis, dos dosis, trombosis', y ahora me enfrento a la tentación de titular esta columna con un eslogan negacionista. Moderna por sevillanas.
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