Poderoso caballero es don dinero: «Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado, Pues de puro enamorado Anda continuo amarillo». ... Pues de amarillo le queda poco. Es cierto que desde Quevedo experimentó una evolución inversa a la fruta, por ejemplo, que cuando no está madura tiene un color y cuando está en sazón, otro, el del poeta. Hasta ahora, de amarillo ha pasado al verde, color del billete por excelencia. Aun cuando sólo una de las denominaciones del euro lo ha adoptado decantándose por el azul, cinco y veinte, por el amarillo, cincuenta y doscientos, y por el bermellón, diez y dicen, quinientos. Pero en esa prueba de asociación de ideas frente a billete se responde verde. Si no me cree, someta a algún pariente y le pregunta.
El blanqueo de capitales se ha valido históricamente de estos cotizados documentos para campar libremente. Su confidencialidad, su ausencia de paternidad fácilmente demostrable, la dificultad que presenta su rastreo los hacen especialmente dotados para ser utilizados para cualquier cosa, la mayor parte 'non sancta'.
Hace ya años que se inventó un sustitutivo muy práctico. Dicen que su creador actuó debido a la vergüenza que experimentó una noche al comprobar que se había dejado el dinero en casa y no podía pagar la cena a la cual había invitado para agasajar a sus comensales. Por eso, la primera, la más antigua lleva un nombre relacionado con la placentera actividad nocturna, agradable pero dudosamente recomendable si se quiere conservar la línea.
La pandemia ha impuesto una serie de cambios en nuestros hábitos. Los viajes, las relaciones humanas, las reuniones, la expresión de afectos, la asistencia a espectáculos, el horario, la preferencia por los espacios abiertos, aunque llueva o haga sol... Y también la forma de pago. Hace ya bastante tiempo que en los Estados Unidos se mira con desconfianza al que enarbola un fajo para pagar una pizza. La preferencia por ese manjar y la tenencia de efectivo despierta toda clase de suspicacias y si el billete es superior a veinte dólares no es extraño que se llame a la policía. Es una exageración, qué duda cabe, pero no el repudio a ese medio. Con esto de la transmisión del virus muchas tiendas se han negado a que se abone la compra por otro medio que no sea la utilización de una tarjeta. Algunas hasta han colocado un cartel anunciando a sus parroquianos que deberán echar mano al plástico.
Para qué hablar de las compras por internet. Otro de los legados de la pandemia. No hay medio alternativo de culminar la operación si no se dispone de esta facilidad.
Los bancos se están esmerando en proporcionarnos las más atractivas. Uno, en formato vertical que se publicita como la única con ese original diseño. Otro, con el colorido del arco iris sobre todo en los días en que se celebra lo del orgullo. Un tercero que te asegura que nunca te cobrará por obtenerla a diferencia de lo que viene siendo habitual; gratuidad los primeros años y palo después, cuando ya te has acostumbrado a disponer de ella.
Hace unos días venció el generosísimo plazo que se concedió para cambiar las pesetas a euros, casi veinte años. Creía yo que sólo serían cuatro gatos los nostálgicos -la peseta era nuestra insignia desde 1868- y los desconfiados que miraban esto de la integración en Europa con escepticismo. Pues eran muchos: largas colas decían los periódicos, doscientos cincuenta mil millones, los técnicos en estadísticas. Quizá alguno había que prefería no revelar el porqué de haber guardado la que hoy es reliquia. Se ha demostrado que esas ingentes cantidades no prestaban ningún servicio a sus propietarios, que debían esforzarse para librarlo de los ratones y de la humedad.
Las tarjetas de plástico son el futuro de momento. Ya se puede hasta comprar el periódico con ellas. Todo confluye en su favor. Se evita el dedicar dinero a usos inconfesables, se eliminan los colores que lo califican, blanco, negro y gris y ganan las instituciones financieras que cobran por emitirlas y por el tráfico que acarrean. Son más seguras, si se te pierden puedes anularlas tan pronto como te percatas de su extravío. Si te asaltan le complicas la vida al bandido que tiene que acompañarte al cajero para que satisfagas sus malos instintos. Y hasta puedes darte el lujo de olvidar la clave de acceso, el pin, porque basta con arrimarlas a la máquina infernal. Pero vendrán nuevos métodos para ayudarnos a gastar dinero.
Si sales de casa con un billete de cincuenta euros es garantía de que regresas con él. Sirve sólo para pagar algo superior a veinte. De otra manera es rechazado, a veces con displicencia y a veces con enfado. A Nicolás lo bajaron del autobús porque en su ingenuidad pretendió pagar su pasaje rumbo a la feria de Estepona con ese capitalazo.
Se ha reducido el máximo de pagos en efectivo de dos mil quinientos a mil euros cuando una de las partes sea una empresa o un profesional.
Pronto podremos enmarcar los billetes que serán objeto de asombro para nuestros descendientes. No se creerán que esos papeles falsificables fueran parte importante de nuestras vidas.
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