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Sr. García .
Días y números

Días y números

Cruce de vías ·

Existen fechas que no se olvidan aunque no tengamos el más mínimo interés en recordarlas

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Sábado, 23 de febrero 2019, 00:22

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T al día como hoy hace 38 años me encontraba en casa con dolor de garganta. Entonces vivía solo en Barcelona. Pasé la tarde y la noche despierto en la cama viendo la tele, oyendo la radio y recibiendo llamadas telefónicas de familiares y amigos. Mis padres en Málaga estaban más preocupados por el golpe de estado que por mi estado de salud, pero se tranquilizaron al saber que no me sentía con fuerzas para salir a la calle. Los amigos se planteaban cruzar la frontera, yo tenía fiebre alta y pocas ganas de moverme. Existen fechas que no se olvidan aunque no tengamos el más mínimo interés en recordarlas. El 11 de septiembre de 2001 recibí una llamada al móvil mientras caminaba por calle Granada en Málaga. No podía creer lo que estaba escuchando. Al llegar a casa observé en la televisión las imágenes de los aviones chocando contra las Torres Gemelas, las vi desmoronarse como castillos de arena. El 11 de marzo de 2004 me desperté con la terrible noticia de los atentados en los trenes de Madrid y la tarde del 17 de agosto de 2017 la pasé encerrado en casa viendo la Rambla vacía y comunicándome por teléfono con los seres queridos de Barcelona.

No todo son desgracias. También recuerdo en qué sitios me hallaba cuando, de pronto, recibía una espléndida noticia. Las buenas noticias suelen festejar motivos más íntimos y personales. La felicidad nos deja la marca de una sonrisa, el dolor se queda grabado en la memoria como una cicatriz. Volví a visitar Nueva York después del 11-S y las terribles imágenes del pasado se proyectaban en la sala oscura de mi cerebro al pasar por delante del One World Trade Center. Ya nada es igual después de producirse los atentados. No siento lo mismo que antes cada vez que paseo por La Rambla. Me quedo mirando el dibujo de Miró sobre el suelo y no sólo veo el dibujo sino la marca de la tragedia. Igual me sucede cuando paso por Atocha. El 23-F es otra historia. Aquel día no hubo muertos, pero aquel intento de golpe de estado nos puso en alerta. Hay que andar con cuidado porque en cualquier momento puede aparecer de nuevo la ingrata presencia de quienes imponen sus ideas por la fuerza.

Los días felices no habrían de tener una fecha concreta, los deberíamos celebrar a diario. Me refiero a brindar por la salud y la pacífica convivencia. A veces emergen de repente secuencias del pasado en las que me sentí dichoso y afortunado. Veo nítidamente dónde estaba y con quién ese día tan especial, pero no recuerdo la fecha exacta. No me gustan los números. No me refiero a los números de la aritmética sino a los que señalan con cruces determinados días en los calendarios. Olvido de los santos y aniversarios. Pienso que las auténticas celebraciones no tienen fecha. No me atrae el 14 de febrero, ni el día de la madre, ni el día del padre. Me resultan extrañas las fechas que se imponen como marcas comerciales. No pasa lo mismo con los días fatales que siempre permanecen aunque quisiéramos borrarlos de la memoria como si nunca hubieran sucedido.

Las fechas más importantes de nuestra vida quedan grabadas en el recuerdo de los otros. El nacimiento y la muerte no hace falta que permanezcan escritas en una lápida. La primera fecha la tenemos siempre presente, la segunda la ignoramos eternamente. Días y números. Esto es lo que vemos cuando consultamos el calendario, vemos la fecha del 23 de febrero del año 1981 y el cerebro pasa lista. Inmediatamente comienza el curioso interrogatorio: qué edad tenía entonces o cuánto tiempo me faltaba para nacer, dónde me encontraba, qué estaba haciendo cuando un extraño uniformado quiso callar a tiros la voz de la democracia. Sin duda hay que mantener viva la memoria para que no vuelva a repetirse la historia.

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