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Hace mucho tiempo tener ideas políticas diferentes a las imperantes te condenaban al destierro; no hace tanto, el Estado te obligaba a marcharte de casa para cumplir con la patria realizando el servicio militar durante un año o, incluso, veinticuatro meses si era la Marina el destino; ahora, subrepticiamente, este país te expulsa lejos del hogar en busca de una vida mejor. ¡Qué sociedad estamos construyendo entre todos que lleva a los jóvenes a abandonar tu entorno para procurarse un sueldo digno y un trabajo en condiciones por la falta de oportunidades en tu ciudad, en tu región o en tu nación!. España no retiene el talento que se cultiva en la escuela y en la universidad y eso es para preocuparse.

Cuando la crisis extendió por todos los rincones la atonía empresarial la excusa estaba servida para emigrar, como medio siglo atrás con una cruenta guerra civil de por medio. Para muchos este ciclo económico emergente y hasta consolidado deja mucho que desear. El ejemplo es Sara, que se vio envuelta en una espiral negativa de la que ve imposible salir. Hace un lustro abandonó Málaga porque no podía evitar el paro prolongado que le consumía la conciencia. Volvió a su ciudad creyendo que se merecía la oportunidad anhelada, que se había labrado con tanto sacrificio. Ella había pagado caro los cristales que otros rompieron sin preguntarle ni consultarle. Hace tres días llegó a Australia para romper la maldita rutina de un trabajo con horario infernal y una nómina ridícula. Se fue al fin del mundo para volver a empezar de cero y comprobar sin en el otro lado del planeta le iría mejor. Durante meses preparó el viaje, se mentalizó concienzudamente para marchar, pero en el momento del adiós se derrumbó porque le parecía un precio demasiado alto a pagar. Doce meses sin compartir risas con sus amigos es demasiada condena para no haber cometido crimen alguno. Sara no es alguien aislado que se lía la manta a la cabeza en pos de una aventura que luego contar. Ahí está Dania, que está pensándose seriamente retornar a Irlanda cuando hace bien poco se prometió no regresar jamás. Es duro decirlo, pero en este país no la quieren harta de que le den largas cuando demanda un trabajo; es más, ya en casi ningún sitio le permiten dejar su currículum al que recurrir en caso de vacante. Así es imposible ilusionarse a una edad en la que otrora el horizonte era esperanzador. Hay más casos de nombres anónimos que conocen el destierro un siglo después con la política permitiendo de nuevo que las dos Españas te hielen el corazón: la del paro y la de la miseria.

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