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Desigualdad y pobreza

El reparto equitativo de la riqueza es, seguro, menos costoso que afrontar un futuro con rentas injustas por extremas

JESÚS FERREIRO APARICIO / CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA

Domingo, 24 de marzo 2019, 00:49

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El tema de la desigual distribución de la renta y la riqueza ha ganado presencia en las agendas sociales, políticas y económicas en los últimos años. El interés sobre esta materia se asocia con la idea cada vez más extendida de que los beneficios del crecimiento económico y los costes de las crisis no se reparten de forma equitativa entre todos los individuos.

Aunque la desigualdad es un fenómeno consustancial a cualquier sociedad, si adoptamos una mirada histórica comprobamos que en las sociedades avanzadas las desigualdades son hoy menores que en el pasado. A partir del siglo XX el crecimiento económico ha venido acompañado de un aumento en el nivel de vida de la inmensa mayoría de personas y de una distribución de la renta más equitativa que han hecho que las situaciones de pobreza, relativa más que absoluta, se circunscriban a grupos relativamente pequeños, en donde la falta de un empleo es la principal causa de pobreza. La miseria y la pobreza extrema generalizada se convierten en un fenómeno ajeno, propio de países subdesarrollados.

¿Por qué entonces hablamos cada vez más de desigualdad y pobreza? Una respuesta sería la reciente crisis económica y sus efectos. Así, aunque en España y en los países de nuestro entorno los niveles de actividad previos a la crisis se han recuperado o superado, las tasas de paro son hoy más altas que antes de la crisis, el poder adquisitivo de los salarios es más bajo o apenas crece, el peso de los salarios en la economía es menor y la distribución de la renta se ha alterado en favor de los más ricos y en contra de los más pobres.

El crecimiento de la desigualdad explica también el aumento del voto en opciones políticas extremistas o populistas

Podría pensarse que, aunque preocupante, éste es un resultado coyuntural, fruto de una crisis excepcional, y que a medida que la economía siga recuperándose lo normal es que la distribución de la renta y la riqueza se normalice, haciéndose más equitativa. Por desgracia, hay pocos motivos para el optimismo. El aumento en la desigualdad es un proceso iniciado hace varias décadas, resultado de la redistribución de la renta en favor de las rentas del capital y en contra de las rentas salariales y a favor de los individuos más ricos en perjuicio de los más pobres y/o de las clases medias. Fruto de este proceso es el aumento de la población que vive en una situación de pobreza o en riesgo de caer en ella, casi una de cada cuatro personas en la Unión Europea.

¿Cuáles son las causas de esta creciente desigualdad? Podemos destacar dos factores. El primero son las reformas laborales aprobadas desde los años ochenta. Estas reformas han reducido la capacidad negociadora de los trabajadores, lo que, unido a las persistentes altas tasas de paro, ha hecho que los salarios reales apenas hayan crecido, con un aumento inferior al de la productividad. Además, la mayor flexibilidad en la contratación y el despido ha multiplicado los contratos temporales y a tiempo parcial, cuyas retribuciones son inferiores a la de los contratos indefinidos a jornada completa. Disponer de un trabajo ya no garantiza a las personas eludir o salir de la pobreza, y no es extraño que los grupos más afectados por la crisis, y donde se concentran las mayores tasas de riesgo de pobreza, sean aquellos -mujeres y jóvenes- en los que dominan estos contratos atípicos o precarios.

El segundo son las medidas de recortes en los gastos públicos, en especial en los gastos sociales, y de las rebajas fiscales que suponen una menor recaudación y una menor progresividad. Ambas medidas han reducido la capacidad de las instituciones públicas para compensar, siquiera parcialmente, la desigual distribución primaria de la renta mediante trasferencias de renta o gasto en partidas como educación, sanidad, políticas activas de empleo, etc.

El aumento de la desigualdad no es sólo un problema ético que afecta a nuestra condición de seres sociales, para quienes el progreso no sólo se sustenta en nuestro propio bienestar sino también en el de las personas de nuestro entorno. También es un problema social y económico. En las economías desarrolladas, la creciente desigualdad aparece asociada a fenómenos como la baja natalidad, la tardía emancipación de los jóvenes, los niveles excesivos de endeudamiento, la posibilidad de crisis financieras y de deuda o a la incapacidad para abordar estrategias sostenibles de crecimiento basadas en la demanda interna. Tampoco podemos olvidar sus consecuencias políticas, ya que el aumento en la desigualdad aparece directamente asociado con el aumento en el voto a opciones políticas extremistas o populistas.

Asegurar la estabilidad económica, social y política de nuestras sociedades pasa por situar la lucha contra la pobreza y la desigual distribución de la renta en el centro de las políticas públicas y económicas. Conseguir una sociedad más justa y equitativa es complicado y costoso, pero mantener, no digamos aumentar, los actuales niveles de desigualdad, puede ser aún más costoso.

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