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Descanso en tu mirada

Espero que no haya que buscar con un candil a los seres capaces de ofrecer una mirada atenta y alentadora, a quienes con avidez la anhelan, para sumirse en ella y descansar

FEDERICO ROMERO HERNÁNDEZ. JURISTA

Lunes, 8 de enero 2018, 07:31

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Acaba de morir una amiga nuestra. Una de las competiciones más terribles, que actualmente contemplamos y vivimos, es la entablada entre los conocimientos médicos y la enfermedad del alzhéimer. Dice un periodista, en este mismo diario y en un libro que recomiendo, hijo de un amigo mío que se llamaba igual que su padre, Antonio Ortín -y él sabe de lo que habla- que actualmente una de cada cuatro familias tiene un miembro aquejado con esa descorazonadora enfermedad de la persona. Y cuando digo 'persona' lo digo conscientemente porque precisamente dicho mal agota tanto la mente como al cuerpo en su totalidad. A la mujer y al hombre completo. Aunque no conozco el problema por experiencia directa, algo sé porque tengo algunos amigos y amigas cuyo cónyuge la padece, o ha padecido, con una pesada carga que aplasta más, si cabe, al cuidador que al paciente.

Decía Marcello Pera que «la persona que olvida sus raíces no puede ser libre ni ser respetada». Se refería al olvido consciente, claro. Por ello, el final de esa frase no es absoluto aplicable a las personas aquejadas por el mal del que hablo que, si bien han perdido casi toda su libertad, merecen más respeto, si cabe, que ninguna otra, y contribuyen además a elevar el rango humano de los cuidadores. Tampoco sabemos si la clase de desmemoria que se trasluce de su mente no producirá un enraizamiento distinto y más sublime en el desconocido humus de la trascendencia.

La mañana anterior al triste momento en que esto escribo, me encontré a un venerable anciano -que me honra con su amistad- que, para no molestar a su familia, se ha desarraigado de su hogar en esta ciudad para acompañar a su esposa, que padece el mal de que hablamos, y está recluida en una residencia para mayores cercana a mi casa. De vez en cuando hace una escapada solitaria de dos o tres horas para oler el aire y mirar al cielo. Pero lo que más me conmueve -algo común en ese tipo de enfermos- es cuando me cuenta que su mujer interrumpe sus miradas a ninguna parte y se detiene, casi asombrada, en la contemplación enternecida de los ojos de él. Como si una llamita de luz se encendiera dentro de su cerebro al ver a su marido; como sí dijera para sí: ahí está; como si, en la desconocida batalla de su interior decidiera descansar unos momentos en su mirada atenta, que es también su lecho acogedor y su consuelo.

A veces, cuesta trabajo creer que, en la cambiante atmósfera de la postmodernidad, carente de certezas y decidida a abandonar los anclajes de la historia, se pueda encontrar quienes se olviden de analizar la naturaleza de sus convicciones para sencillamente ponerse al servicio de los demás. Espero que Bauman se equivoque cuando afirma que, en una sociedad donde impera el amor líquido, en el que los vínculos estables se convierten en una 'hipoteca' y el matrimonio basado en un amor total e irrevocable (que une 'hasta que la muerte nos separe') se pueda encontrar tal clase de unión amorosa, en el contexto de un mundo donde impera la idea de 'usar y tirar'. Espero, por tanto, que no haya que buscar con un candil a los seres capaces de ofrecer una mirada atenta y alentadora, a quienes con avidez la anhelan, para sumirse en ella y descansar. Espero también en el triunfo de las ideas exploradas por Charles M. Taylor, en su libro Las fuentes del Yo, encaminadas hacia la relación indestructible entre la identidad y el bien, contribuyendo al arraigo de esas ideas en el ámbito social. Y, sobre todo, espero que los cristianos seamos capaces de continuar siendo el testimonio vivo de la adhesión a una institución donde el amor verdadero, que es donación, es capaz de triunfar y la abnegación tiene natural acomodo.

He querido con toda intención separar las creencias religiosas, y los valores humanos que están en su base, de las que indudablemente se producen con independencia de esas creencias, porque son un bien en sí mismo que deberían ser vividas por todos. Creyentes y no creyentes estamos llamados a acompañar a acompañantes y acompañados en esa lucha contra una enfermedad que conlleva el deterioro total. De momento todavía no se ha llegado a vencer la terrible desmemoria de los seres amados que acarrea la destrucción de su cuerpo entero. Pero mientras esos seres queridos puedan descansar su mirada en quienes, estando a su lado, se la devuelven inundadas con las lágrimas de su inquebrantable amor, quedará aún espacio para creer en el hombre. Para que la esperanza tenga sentido. Para seguir comprobando que le entrega abnegada es una de las cualidades imprescindibles del amor.

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