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Cultura

LORENZO SILVA

Martes, 12 de junio 2018, 08:52

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Mientras se sigue todavía discutiendo sobre si la de Màxim Huerta es una buena elección por parte de Pedro Sánchez -una discusión legítima, pero cuyo resultado debe quedar aplazado al momento en que podamos enjuiciar su desempeño-, hay algo a lo que se presta menos atención, cuando tal vez sea una de las decisiones de más calado del nuevo presidente: la recuperación del Ministerio de Cultura como departamento autónomo, tras una temporada demasiado larga en la que ha sido un negociado gris y raquítico dependiente de un ministro notoriamente mucho más preocupado por otros asuntos. Una decisión que quizá para alguien fuera inocente, pero que muchos interpretamos como un correctivo a quienes conservaban la funesta manía de crear, una actividad subversiva que la derecha española, con tesón que se ha revelado a la postre nocivo para ella misma, se ha complacido en reprimir, maltratar y hasta sabotear durante años.

En la que anunció que sería su última entrevista, el escritor francés Michel Houellebecq se descolgó con una sugestiva teoría acerca de las razones por las que Estados Unidos ganó la Guerra Fría. No fue, razonaba, por razones de superioridad militar, cuando tanto la superpotencia americana como su contrincante eurasiático poseían un arsenal nuclear capaz de devastar varias veces la Tierra. La razón del triunfo estadounidense estaría más bien en el hecho de que cuando se ponía una película yanqui en un cine de Moscú la cola daba varias vueltas al edificio, mientras que el estreno de una película soviética en Nueva York apenas atraía a un puñado de cinéfilos estrafalarios. O dicho de otro modo: lo que los Estados Unidos habían hecho valer no era su poder económico o militar, sino cultural, a través, entre otras herramientas, de una formidable industria audiovisual de alcance planetario, un recurso en el que el contribuyente norteamericano invierte vía beneficios fiscales miles de millones de dólares al año. Esa inversión pública es en los países europeos con más pujanza -Francia o Alemania- de cientos de millones de euros. En España, hoy por hoy, de unos irrisorios 30 millones.

Habría que analizar por qué el español medio ve bien, por poner un ejemplo, que se otorguen ingentes ayudas públicas a la industria automovilística, que en su totalidad es filial de grupos extranjeros y por tanto genera un beneficio que va a otros, y en cambio considera dilapidado cualquier euro que se invierta en fomentar una industria propia y a la vez estratégica como es la cultural, vinculada a un activo también propio: el español, la segunda lengua del mundo en número de hablantes nativos.

Ya veremos qué tal lo hace este ministro, pero confiemos en que la derecha aprenda la lección y no vuelva a quitar el Ministerio de Cultura. En que seguirá ahí, mande quien mande.

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