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Cuchillos, colmillos, sótanos

El extranjero ·

Los partidos divididos no ganan elecciones. Por eso Casado no quiere una purga

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Jueves, 26 de julio 2018, 10:07

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Soraya Sáenz de Santamaría le ha pedido a Pablo Casado el 43% de su éxito. Es el porcentaje que la ex vicepresidenta -y puede que ex muchas cosas más- pide para los suyos en el cogollo del poder del partido. No sabe uno cómo va a manejar la calculadora Casado. Él es un lince en aprobar asignaturas de letras, pero de momento se desconoce su capacidad para manejar el álgebra y, sobre todo, el álgebra de la venganza y las reyertas. En su partido hay algún que otro callejón oscuro en el que a más de uno le pueden dar un susto y más de una señora con la navaja en la liga.

El muchacho por lo pronto le ha dado la vuelta al partido y ha sentado a Aznar en un sillón de Génova a modo de declaración de principios. Le toca pagar favores, repartir beneficios y procurar que la sangre no salga por debajo de la puerta. Aunque sea en beneficio propio. Los partidos divididos no ganan elecciones. Por eso Casado no quiere una purga. No tiene poder real y por tanto ni siquiera tiene un gulag al que mandar a los más indeseables. Así que le toca convivir con ellos, aunque sea teniéndolos en el sótano del partido y en estado vegetativo. Zombies de la gaviota, del charrán, el albatros o lo que quiera que sea el pájaro del PP.

A falta de gulag buena será una cámara frigorífica. Pero conviene que las señoras guarden sus facas y los señores sus colmillos, pistolas o la herramienta que cada cual use habitualmente para desactivar a sus rivales. A algunos les va a costar. Francisco de la Torre no es de enseñar los dientes ni de sacar pistolas. A lo sumo apunta con el dedo. Lo que ocurre es que de su dedo puede salir pólvora. De ese modo ha señalado a la dirección del partido en Málaga, léase Bendodo. Le ha afeado la conducta por falta de imparcialidad en las primarias. Pelillos a la mar. Bueno, ya van como para hacer una peluca.

Los pelos que van a ser más difíciles de echar al agua son los de Celia Villalobos. Los que les ha arrancado Esperanza Oña con su tarascada post electoral. Integración sí. Pero integrar a Celia Villalobos no. Es una vieja filosofía. Y la han practicado partidos de derecha, de centro y de izquierda. Es una práctica que tiene más que ver con las vísceras que con la ideología. Y las vísceras son comunes a cada hijo de vecino. Véanse Stalin y Trotski (o Stalin y el resto de la humanidad), o Churchill y Anthony Eden, y de ahí para abajo. Si tan poco le gusta la política de Casado y tan de derechas lo considera, argumenta Oña, no querrá estar Villalobos en los alrededores de ese partido, ella que es tan liberal. El razonamiento es de patio de colegio. Pero es lo que hay. Un patio, por cierto, del que Villalobos conoce todas las esquinas. Que Oña se cuide el moño.

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