Cruce de días
José Antonio Garriga anduvo por las páginas de este periódico durante casi tres décadas. Opinión a disgusto, deportes -fútbol más bien, Barça para ser exactos- ... y los sábados, 'Cruce de Vías'. Un híbrido. Relatos, diario -real o imaginario-, cuaderno de viajes, esbozos de novelas, ensoñaciones. Literatura servida en papel -o pantalla- de periódico. Un desafío a la imaginación que, variando el calendario de la película de Berlanga, en lugar de 'Cruce de vías' podría haberse titulado 'Los sábados, milagro'. De los más de mil textos aquellos se publica ahora una selección. No se trata de una miscelánea, el libro tiene una poderosa unidad. No solo porque están enhebrados con la misma aguja estilística sino porque constituyen un autorretrato de Garriga Vela. Finalmente eso es lo que son esos relatos, piezas de un puzle que, unidas con cuidado, nos revelan quién es el autor de la obra.
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En la presentación del libro algunos conocidos de Garriga fuimos invitados a decir precisamente algo sobre él que mostrase algo de su personalidad o a comentar un vínculo especial con él. En ese turno de amable interrogatorio y dado que ya se oía la fanfarria de la Semana Santa, uno optó por recordar una semana de pasión de veintitantos años atrás cuando cubrimos, cada uno para un periódico, los seis días santos. Seis días y seis noches -citas a las 5 de la madrugada para ir a la misa del Cautivo, intrusos en el desembarco legionario, penitentes de circunstancias en Servitas-, codo con codo. Símbolo de un vínculo plagado de otras madrugadas, de otras noches y otros días. Por suerte hemos tenido muchos cruces de días. Eso representa para uno Garriga Vela. Un cruce de días, un largo camino juntos.
Porque en lugar de ese episodio uno podría haber hablado de las tres semanas que pasamos en Polonia, destinados a una residencia de escritores europeos que naufragó por el desbordamiento de un río. Los días de Dublín -imprescindible recordar que José Garriga fue el primer miembro en jurar en la Torre Martello, en Sandycove, Irlanda, su ingreso como caballero en la Orden del Finnegan's-, los viajes medianamente alocados en compañía de Alfredo Taján cumpliendo un ciclo literario a consecuencia del cual dieron en llamarnos los Mariachis, los intercambios cicateros de DVDs, la ingesta desmesurada de tequila -hace tiempo- o un día providencial en El Escorial. Los días con Pablo Aranda. Caminos paralelos, vínculo fraterno. Y de fondo, la literatura. Ese instrumento que Garriga Vela maneja con el virtuosismo de los que no están, de los furtivos que no tienen carnet pero sí la precisión de un francotirador que siempre, siempre, alcanza el corazón.
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