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¿Qué ha pasado para que en la generación más preparada y mejor informada haya germinado el negacionismo sobre la violencia de género?, ¿qué ha ... sucedido para que entre las más jóvenes haya tantas víctimas del machismo, del control de los varones, para que romanticen que les vigilen el móvil, las redes sociales, la ropa, con quién salen y cuánto?, ¿qué está ocurriendo para que confundan todo eso con el amor?, ¿cómo es posible que uno de cada cinco jóvenes varones crea que empujar o amenazar no es violencia de género? Son preguntas que se han escuchado en las dos últimas semanas en los actos convocados para conmemorar el 25 de noviembre, el Día para la Eliminación de las Violencias contra las Mujeres; también en las manifestaciones; en entrevistas; y en la elaboración de los reportajes que se han publicado en este periódico sobre esta enfermedad social: el sexismo, el machismo, la misoginia.
Para responder a estas cuestiones, hay que lanzar primero una salvedad y, al menos, dos hipótesis. La salvedad es la que ofrecieron el pasado lunes los cientos de jóvenes de ambos sexos, muchos casi adolescentes, que asistieron a la manifestación. Entre quienes la nutrieron se contaban, por ejemplo, dos estudiantes de Periodismo, Alejandro y Ángel, de alrededor de veinte años, que se sumaron a la marcha después de clase: «¿Negar la existencia de la violencia de género? ¡Pero si los datos están ahí!», afirmaron. Además, nunca tantas mujeres tan jóvenes habían alimentado el movimiento feminista. La nueva ola de la lucha por la igualdad descansa en gran medida en la toma de conciencia de adolescentes y de mujeres en su primera juventud.
Pero volvamos al punto que aportaban Alejandro y Ángel: ay, los datos, la evidencia. En algún momento tendremos que escribir en este espacio sobre la importancia de aquello que dice el politólogo Pablo Simón: hay que volver a la Ilustración, a sus principios, de los que uno de los más importantes es precisamente ése, recuperar el valor de la información que proporcionan los sentidos, la verdad empírica, de las ciencias, de las sociales, en este caso, pero también de las naturales, porque proliferan los negacionistas del cambio climático. Al tiempo, hay que huir de lo irracional y la superstición.
Así que la salvedad es ésa: entre los jóvenes han germinado mensajes negacionistas, pero también es entre las nuevas generaciones donde se encuentran las ideas más avanzadas, los discursos mejor construidos y expresados con mayor elocuencia.
Y ahora vayamos a las hipótesis de las que se podría partir para intentar explicar por qué los jóvenes que niegan la existencia de la violencia género son casi uno de cada cuatro y entre las chicas, alrededor de un 13%. Para la primera echamos mano del testimonio de una psicóloga experta en violencia de género que trabaja en la Asociación Betania, Laura Rodríguez: «Se está politizando todo».
En realidad, eso no es malo: todo es política. Lo personal es político, dice uno de los lemas más importantes del feminismo. Defender la igualdad es una posición política, ideológica, y colocarse en contra también lo es, incluso si se hace puertas para adentro del hogar. Pero a lo que seguramente se refería Rodríguez era, en primer lugar, a que ya todo es susceptible de introducirse en la refriega partidista. La violencia de género se ha convertido en un tema de discusión: se cuestiona que sea una violencia -o un conjunto de ellas- concreta, singular, engarzada en una estructura social que a todas luces es desigual, no sólo entre clases sociales, sino también también entre sexos; la dominación masculina atraviesa toda la sociedad. Los negacionistas aceptan que las mujeres sufran violencia, pero consideran que la que sufren es indistinguible de otras; no van -o no quieren ir- a la raíz del problema que la explica y que conduciría a su erradicación, porque posiblemente respaldan el tradicional reparto de roles entre sexos. A lo sumo, consideran que se trata de un mal importado por la inmigración y buscan proteger a las mujeres autóctonas -a sus mujeres- de los extranjeros cerrando las fronteras, pero no de sí mismos. Se podría resumir todo esto en que las mujeres, la desigualdad y las violencias que sufren se han convertido en un 'topic' de la batalla cultural en la que las posiciones se han radicalizado -o polarizado, ese término que tan de moda se ha puesto y que con tanta imprecisión se emplea a veces-.
¿Radicalización?, ¿polarización? Siguiendo la ciencia política, más que de polarización de las posiciones ideológicas se puede hablar de una polarización de los afectos, en virtud de la que se rechaza visceralmente, es decir, más con las vísceras que con la razón, la postura del que se ha dibujado como adversario. O también se puede discutir que se pueda hablar de dos polos opuestos e igualmente perniciosos cuando uno de ellos defiende que se cumplan los derechos humanos de la mitad de la humanidad, para empezar, y de las personas migrantes, para continuar.
Sea como sea, se han exacerbado las posiciones antifeministas, contrarias de la igualdad, enemigas de la emancipación de las mujeres. Y esto es algo que no se ha producido naturalmente. Alguien sembró el discurso, se legitimó dejando que alcanzara ciertas instancias y lo que antes se decía bajito y en confianza, ahora se dice en alto en cualquier foro: para que algo se haya convertido en tema de discusión, alguien ha tenido que aceptarlo. No vamos a poner aquí nombres y apellidos, porque todos sabemos de qué y de quiénes estamos hablando.
Pero esto justo es lo que enlaza con la segunda hipótesis: centrando la atención en que entre la juventud están germinando discursos negacionistas se dibuja un escenario quizás complaciente, demasiado benévolo, incluso idílico de la situación de las generaciones inmediatamente anteriores. Quizás lo único que sucede es que ya tenemos identificados los males y nos cuesta más reconocerlos entre los que sufrimos nosotros -los viejos- que detectarlos en los demás -los jóvenes-. Idealizar actitudes de generaciones previas conlleva el riesgo de conformarnos con una situación que no era ni mucho menos la óptima. Ninguna generación ha vivido la igualdad. Para todas es igualmente desconocida. Las asesinadas son de todas las edades. No hay cohorte demográfica sin crímenes machistas.
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