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Juan de Dios Mellado Morales
Martes, 7 de enero 2025, 01:00
Para un genocida, para un vulnerador de los derechos humanos, para un dictador, para un populista sea bolivariano o de extrema derecha, el peor enemigo ... no es su adversario politico, sino el periodista libre, sin ataduras, que hace de su trabajo el mayor y mejor ejercicio al servicio de la verdad y la democracia. En el año 2024, según datos de Periodistas Sin Fronteras (PSF), fueron asesinados 203 periodistas, a los que hay que sumar los que están privados de libertad, encerrados en cárceles lóbregas en países como China, Rusia, Irán, la Siria de Al Asad, Venezuela, Nicaragua y en no pocos países islámicos. Para ellos, mi respeto y honor. Todos ellos luchaban contra la falta de información, prestos siempre a combatir esa enfermedad incurable que asola a las sociedades totalitarias: la falta de información en tiempos de guerra. Unos son asesinados en el campo de guerra yotros silenciados en cavernosos calabozos donde se tortura la libertad. Dignifican esta profesión a la que yo he dedicado ya cincuenta años de mi vida.
Cada día más soy más consciente del valor del oficio de ser periodista, de este oficio que acerca la información a los ciudadanos y ser uno de los pilares básicos en la lucha contra los populismos, las dictaduras y de quienes ejercen el poder machacando la libertad y los derechos humanos.
Para la democracia el periodismo es o debe ser su principal bastión. Y me reafirmo en estos valores del periodismo cuando me estremezco por la muerte de cinco informadores y un periodista gráfico que fueron asesinados días atrás en Gaza por el ejército israelí, con el mandato del presidente judío Behamin Netanhayu, el genocida que está masacrando al pueblo gazatíe con cerca ya de cuarenta y cinco mil muertos, especialmente mujeres y niños. El periodismo, bajo ningún concepto, puede permanecer en silencio o ser neutral contra los crímenes de guerra.
El primer ministro judío no quiere que haya periodistas que levanten acta de su descerebrado genocidio, odia la información fiable y veraz, y no quiere que los periodistas, con sus informaciones y análisis, pongan en peligro su verdadero objetivo que es ocupar Gaza y hacerla parte de Israel, hundiendo al pueblo gazatíe en la miseria y la desesperación. A Netanyahu le interesa la guerra permanente como motor imperecedero de sus ansias de poder y de permanecer al frente del Gobierno israelí. Que haya periodistas que denuncien esta actitud debe evitarse de cualquier forma y si es matándoles, pues adelante, sin dudas y miedos porque su posible condena internacional no sería más que unas palabras dichas en foros internacionales o por asociaciones de periodistas sin poder y mando en plaza. Palabras y retóricas que se las pasa por el arco del triunfo. Históricamente está demostrado que el bloqueo informativo, el silencio de los periodistas, el negacionismo informativo es prioritario para acometer las mayores atrocidades.
Es más, hay lugares en el mundo donde la 'caza' del periodista se ha convertido en un lamentable 'deporte', rastreando su vida hasta asesinarlo, uno a uno como sucede en Gaza. Hay que silenciarlos. No deben trasladar al mundo crónicas donde se describa la masacre del pueblo, de los indefensos, de hospitales destruidos hasta las cenizas, con miles de enfermos dentro. Nunca el periodismo internacional ha quedado tan silenciado. No muere tan sólo una persona, muere el derecho a estar informado y, de esta manera, quienes promueven estos genocidios, se pueden creer a salvo porque no se conocen sus atrocidades.
Puede que por la impunidad a la que se acogen hoy en día se crean a salvo, pero habrá un tiempo en que se conozcan sus crímenes. Son crímenes de guerra que habrán de ser investigados, sacar los nombres de quien dio las órdenes y de quien las ejecutó. Habrá de saberse los nombres de quienes dieron muerte a 143 periodistas, los asesinados en Gaza desde que se iniciara la guerra, en octubre de 2023. Se impone que las organizaciones internacionales que combaten a genocidas y a quienes, día a día, vulneran los derechos humanos, así como las organizaciones de periodistas que denuncian tales atrocidades nunca deberían renunciar a poner nombre y apellidos a quien disparó la bala que mató al periodista, como tampoco a quien apretó el botón de la bomba que hizo estallar un coche con la palabra 'press' escrito en el techo. Hay que hacer justicia. Hay que defender el derecho de un periodismo fiable contra quienes pretenden condenarlo al silencio.
Para Netanhayu y su gobierno la información veraz, cercana, hecha a pie de guerra, con estremecedoras imágenes de fila de cadáveres y niños destrozados por las bombas es peor que un cáncer que necesitan extirpar de la forma que sea. Y bien que saben hacerlo. La obligación profesional de los periodistas es contarlo, decirlo al mundo entero, en lucha permanente contra esa enfermedad que practican muchos gobernantes que es la desinformación o la censura. El gobierno de Israel ha impedido la entrada de periodistas occidentales y los pocos que obtuvieron permiso tenían que estar pegados al ejército judío y objeto de control y censura de sus crónicas.
Matar a periodistas, secuestrarlos, encarcelarlos o someterlos a tortura se ha convertido en un indeseable deporte para quienes no aman ni respetan la libertad, ni la democracia, y al derecho de todo ciudadano a recibir una información fiable, veraz y contractada. Esta actitud de perseguir la información y a quienes la hacen vemos que cada día, con mayor fuerza y dureza, se ha instalado en gobiernos dictatoriales, que odian la libertad y mucho más un periodismo fiable. Bombas y balas contra el pueblo y contra quienes tienen el sagrado deber de informar, sin importarle que el Derecho Internacional Humanitario otorgue protección a los informadores, tal cual se hace con los civiles, siempre y cuando no participen en las hostilidades. Para las dictaduras y los populismos el periodismo libre, sin ataduras, capaz de denunciar los crímenes de guerra y los atentados contra los Derechos Humanos, es su peor enemigo.
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