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VIOLETA NIEBLA
Lunes, 21 de abril 2025, 02:00
Me siento a escribir un domingo más y pienso: ¿A qué día estamos? Domingo de Resurrección. ¿Qué viene importante esta semana? El Día del Libro. ... Vengo de visitar a mi madre estos días atrás. Estando en su casa, me fijaba en las estanterías. Apoyaba la vista en los libros que tenía apoyados en los estantes y que llevo viendo toda la vida. No somos conscientes de que los libros, cuando llegan, lo hacen para quedarse toda la vida. Han estado sobre estanterías negras, estanterías de pladur y, ahora, estanterías recicladas de madera natural. Han sobrevivido a tres o cuatro mudanzas. Faltan muchos otros que, amablemente, me los donaron y ahora se han venido a vivir conmigo. Es curioso cómo la imagen del lomo de esos libros forman parte del paisaje de un hogar. Conviven con fotografías de cuando ellos eran jóvenes, de cuando yo era pequeña, de un trofeo deportivo. Forman parte del imaginario de la identidad de una familia. Hay libros que hemos leído todos y libros que seguramente no se han abierto nunca, pero ahí están. Por lo que sea. Son títulos que me han acompañado siempre. Aceptamos libro como animal de compañía. La diferencia entre los que veo en sus estanterías y los que veo en las mías es el proceso: esos no los elegí yo, llegaron antes de que pudiera elegir. En cambio, los que tengo conmigo, sí los escogí. Y eso también dice algo. Los colores, las editoriales, las autoras que me acompañan ya no como animales, sino como compañeras de piso. Más nuevas, más jóvenes, novedades que esperan paciente su turno a ser leídas. Que van cambiando de sitio: de mi mesita de noche pasan a la estantería. Del sofá, a la terraza, al cuartillo porque lo voy a usar como material de trabajo. Conviven con todas las letras de la palabra. Se mueven. Cambian constantenemente de ubicación, a veces, hasta pasan por casas de amigas y luego vuelven otra vez. Me los llevo de viaje. Los paseo. Vuelven mareados, manchados, cansados. Ellos también, de tanto trajín. Luego saben que les espera una vida tranquila. Apretaditos unos contra otros. Alguna vez los volveré a sacar para presumir de ellos, comentar algo, reordenarlos. Saben se harán viejos conmigo. Por eso aprovechan el tiempo que están sueltos: se escapan del montón, se dejan caer, se tumban como pueden. El otro día pillé a uno abierto boca abajo, como si estuviera tomando el sol. Lo dejé así. No quise molestarlo. A veces los toco solo para asegurarme de que siguen ahí. Para acordarme de que tengo criterio, o al menos lo tuve. Y si no los leo, no importa: los libros también saben hacerse los muertos. Basta con que estén. Con el tiempo, los lomos se agrietan, las páginas se doblan, se aflojan. Como todo. Pero si un día faltaran, si desaparecieran, no sabría qué he perdido. Solo sabría que me falta algo.
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