De ciudades y ruidos
Aún quedan barrios privilegiados en los que, al reducirse el tráfico, el silencio trae el romper de las olas en la noche
Sale muy guapa nuestra ciudad en los mensajes que nos mandamos y en 'el Insta'. De móvil a móvil, día a día, nos enviamos mejores ... fotografías de una Málaga que no vivimos. Habita nuestras pantallas una ciudad virtual, reclamo para turistas, que se retroalimenta de selfi en selfi, mientras la Málaga real cabalga decidida centrífuga, de centro afuera. Si no quieren perderle la pista ustedes, deberán dejar atrás el centro y recorrerla a pie, barrio a barrio, recorrerla y escucharla.
Cuando pienso en barrio mi memoria me lleva a Madrid. Mi dormitorio gravitaba sobre una esquina entre dos calles de seis y diez carriles, bien cargadas de todo tipo de transporte. Sin embargo era de noche cuando, al reducirse el tráfico, aparecía el ruido, imperceptible de día en su continuo. A cada noche sucedían mañanas trepidantes, movimientos en línea y en diagonales a distintas velocidades, entre aceras y calles. Cientos de imágenes al instante en una sola ventana. Eran dos caras de una misma moneda, la de vivir en un barrio más o menos centrado, de esos que ahora llaman de la almendra.
En nuestra vida urbana el ruido se sobrelleva y se asimila. Por eso lo extrañamos cuando nos falta. Basta recordar nuestras calles durante el confinamiento, el silencio resultaba atronador. No es solo cosa de coches, toda actividad conlleva su ruido particular. Atendiendo a los ruidos de la ciudad probablemente podamos diferenciar su desarrollo y también sus problemas. Gracias al ruido percibimos el pulso urbano.
Quitando excepciones como vivir cerca de la fábrica de cemento o despropósitos como las obras de un vecino a media tarde, el ruido urbano es llevadero. Quizá lo sea más por su superposición. Aunque es ruidosa nuestra ciudad tiene suerte. Aún quedan barrios privilegiados en los que, al reducirse el tráfico, el silencio trae el romper de las olas en la noche. Y es que el ruido también va por barrios.
Hay un mapa de ruidos en el PGOU donde se reflejan barrios saturados. No quedan coches a este lado de Carretería, diríase que el Centro es el barrio más limpio en ruidos. Sin embargo, los hay de frecuencias altas que a deshora transitan descontrolados entre calles y patios. Como el ruido de la juerga sempiterna, que salpica esquinas y ventanas las noches de lunes a domingo.
En muchas calles de Málaga queda un silencio intranquilo cuando acaba el trasnoche del foráneo. Un barrio colmatado de hoteles es más polígono que barrio. Los que legislan no se dan cuenta que la ciudad no puede tener un entramado sin fin de calles peatonales, recónditamente bellas de día que de noche tornan amenazantes. El bus nocturno, el camión de basura, que tal como viene, para y se va son ruidos soportables. Automóviles que pasan de noche hacen más seguras aceras y portales. El ruido de un coche que, de cuando en cuando, pasa cerca más allá de las doce, acompaña al que no duerme y tranquiliza al que llega tarde.
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