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La ciudad te seguirá

Golpe de dados ·

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Jueves, 20 de septiembre 2018, 07:59

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La ciudad irá contigo, la ciudad te seguirá, al sitio que huyas te acompañará la ciudad porque eres tú, tu pasado, tu presente, y no lo dudes, tu futuro, porque está escrito antes de que nacieras, donde triunfaste triunfarás, donde fracasaste también fracasarás. Hay ecos del poema 'La ciudad' en esta frase, ecos de la Alejandría de Kavafis, pero, quizá, menos pesimismo, porque entiendo que siempre hay un último barco, o un último tren, o un avión retrasado, esperando, siempre se pueden tomar nuevos caminos, y partir muy lejos. Por cierto, durante el ciclo 'La ciudad como arquetipo', que se ha celebrado esta semana, dirigido, con éxito y profusión de público, por la profesora Guadalupe Fernández Ariza, se me han agolpado imágenes de mi existencia, ecos distantes de las ciudades donde he nacido y he vivido, y ahora vivo: Rosario, Buenos Aires, Granada, Madrid, Barcelona, Roma, y por supuesto, Málaga. A lo largo de mi existencia he visitado bastantes ciudades -y me quedan muchas otras que no conozco- en las que he sentido, a pesar de la fugacidad de las visitas, sus calles, avenidas, plazas y bulevares, como mi propia piel. Hasta el arrabal amargo como mi propia piel, mis extremidades como aquellos suburbios que describía el tango Sur de Homero Manzi: «San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo, Pompeya, y más allá, la inundación».

A veces, el lugar más recóndito se encuentra a la vuelta de tu casa, en la esquina rosada de enfrente, otras, en cambio, en la selva de Borneo, o en Célebes, es por eso que para mí la geografía tiene mucho de mapa subjetivo, emocional. Leyendo 'Buenos Aires, 1925' sentí sobre mi ser todo el furor de las esplendorosas vanguardias porteñas, sentí Calle Florida, la presencia aurática del presidente Marcelo T. Alvear, el foso enorme y la cúpula iluminada del Teatro Colón, la Avenida 9 de julio, los lienzos cubo-futuristas de Pettoruti, la oscuridad astrológica de Xul Solar y la arrogancia del edificio Kavannag. También se me reveló la flor del arrabal con Boedo, la dársena aceitosa de Quinquela Martí. Y se me ocurrió que, a pesar de su ironía lacerante, Jorge Luis Borges fue uno de los hombres que más quisieron a la Cruz del Sur. Todo lo que después se esfumó, «no ves que vengo de un país que está de olvido siempre gris...», aquella grandeza dilapidada. Lo mismo me ocurrió cuando Antonio Jiménez Millán describió el París de los grandes «y selváticos» bulevares, tras la reforma del urbanista Haussman ordenada por Napoleón III, los miriñaques, moda retro-rococó, de Eugenia de Montijo, y la turbia lucidez de Baudelaire, el dandy/flaneur, el paseante putero, desaliñado, buscando el peligro a cada paso, con su sífilis y sus flores del mal. Y leí un fragmento del poema 'Contrastes' de Antonio, perteneciente a su recién publicado poemario 'Biología. Historia': «Cocteau lo dijo así: Aquella vieja plaza está invadida ahora por coches y autocares, por gente que se empeña en visitar nuestras ruinas, nuestros fantasmas... Multitud, soledad: dos palabras cercanas». Gracias, Guadalupe, por pagarme este viaje.

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