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Fin de la cita

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Miércoles, 6 de junio 2018, 07:49

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Me resulta extrañamente poderosa la imagen de Mariano Rajoy atrincherado en un restaurante, ahogando las penas en whisky mientras a su alrededor todo se derrumba. Aquella sobremesa infeliz, propia de un jugador que ha perdido su apuesta más alta, anunciaba de alguna forma el epílogo que ayer logró verbalizar: «Pienso que ha llegado el momento de poner punto y final». Hay que reconocerle cierta elegancia gallega en su despedida, aunque se vaya por la puerta de atrás, derribado por una moción de censura tejida de improviso y por la corrupción de un partido, el suyo, que tardará años en lamerse las heridas de sus casos no tan aislados, si es que alguna vez cicatrizan. Pedro Sánchez ha llegado a la presidencia casi sin esperarlo, después de que el PSOE registrara su propuesta sin esperanza ni convencimiento, como quien sale a tomarse una caña y acaba topando con el mejor golpe de suerte de su vida. El líder socialista nos recuerda que la obstinación a menudo termina siendo una cualidad más fructífera que el talento. También Rajoy nos ha dejado una lección evidente pero valiosa: la inmovilidad como estrategia nunca funciona para siempre.

Ahora vendrán las promesas y los ministerios, quienes reclamen cien días de margen antes de valorar la acción del nuevo gobierno y quienes no concedan ni cien segundos. Y sobre todo veremos, como un antiguo truco de magia con las costuras al descubierto, el cambio de lado de las reivindicaciones políticas. Probablemente escuchemos al PP reclamar mejoras en la conexión ferroviaria de la costa malagueña, la bajada del IVA al golf como sector turístico, el recrecimiento de la presa de la Concepción o la apertura permanente de la segunda pista del aeropuerto, ya saben: lo que no han hecho en siete años de mandato. Al otro lado del tablero, el PSOE se enfrenta a su propia montaña de peticiones acumuladas desde 2011, con el riesgo de que en el futuro todas esas reclamaciones apasionadas tomen forma de alud que acabe sepultando su gestión.

Por encima de ese partidista hilo musical de compromisos y reivindicaciones, adaptable según toque lidiar en el gobierno o en la oposición, comienza a escucharse la voz atronadora de los adscritos a las teorías apocalípticas, quienes pregonan sin ruborizarse que España se rompe, que nos vamos a la mierda, solo porque los suyos han sido desalojados del poder o no han accedido a él. Olvidan, en un ejercicio de irresponsabilidad y nostalgia a partes iguales, que la democracia también era esto.

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