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Cenar en Chueca

La demagogia se nutre de la corrección política como un virus devora las células que ocupa

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Viernes, 18 de octubre 2019, 07:49

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La última polémica inventada por los talibanes de la confrontación política puede resumirse en un titular tendencioso pero, hay que reconocerlo, memorable: Fernando Grande-Marlaska sale a cenar por Chueca mientras Barcelona arde. Nadie se habría escandalizado si hubiese ido a casa para ver Masterchef. O tal vez el problema fuese el lugar: el barrio más gay de Madrid, lejos de los centros de poder que frecuentan quienes deciden qué está bien o mal. El PP ya ha pedido la cabeza del ministro del Interior en funciones, como si Pablo Casado pasase las noches en vela, apagando contenedores en llamas. La demagogia se nutre de la corrección política como un virus devora las células que ocupa. Y nadie está a salvo de incumplir las nuevas exigencias marcadas por los guardianes de la moral y las buenas costumbres. Resulta imposible parecer intachable todo el tiempo: en este caso serlo es lo de menos. Aquí cuenta el envoltorio, la fachada, aunque el gesto torcido sea impostado, aunque bajo los ojos caídos o el rictus de tristeza duerma en realidad una legión de endorfinas, una felicidad guardada bajo mil candados. Partiendo de la base de que por suerte, porque la vida aún no es un reality perpetuo, ignoramos de qué habló en la cena, en qué términos se desarrolló, cuánto duró o cómo se organizó, no habría nada de malo en que Marlaska se hubiese concedido un momento de distensión, unas risas entre amigos, una noche salvaje incluso. La alegría, como las buenas oportunidades, se cuela por sumideros insospechados, no pide turno y cuando llega conviene recibirla con los brazos abiertos, la mesa puesta y los dientes lavados. Pero los fiscales de la rectitud, con su protocolo tirano, siempre están preparados para pedir condena, para hacer rodar cabezas en nombre de lo que hay-que-hacer, como en esos viejos manuales para ser buen español.

En una nueva demostración de la memoria selectiva que sufren los partidos, el PP ha olvidado que Ana Botella se marchó a un spa de lujo en Portugal en plena crisis por las muertes del Madrid Arena. Teodoro García Egea no levantó entonces la voz, como ahora para reclamar la destitución de Marlaska. Para recuperar parte de la credibilidad perdida, los cargos públicos deberían comenzar por comportarse como seres pensantes capaces de establecer una opinión coherente más allá del argumentario de turno. Ahora parecen sacados de máquinas expendedoras, homogéneos como esos productos procesados que venden los supermercados. Claro que resulta más sencillo dejarse llevar por el vaivén justiciero de las redes sociales, con las hogueras siempre a punto. Pero corremos el riesgo de hacer el ridículo, como cuando el director de Emergencias de Murcia fue relevado tras conocerse que había ido al teatro en plenas inundaciones. ¡Al teatro! Habría que agradecérselo. Lo único reprochable a Marlaska, siendo sinceros, es que cene hamburguesas y no engorde.

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