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La casa de 'Up'

La rotonda ·

Las cosas tienen el valor del tiempo en que las personas las viven, las habitan, las usan o las disfrutan

Ignacio Lillo

Málaga

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Domingo, 5 de agosto 2018, 10:43

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El agua cae en cascada por un peldaño hacia la calle, donde salpica y a la gente que pasa no le importa, porque refresca. En agosto y con plasta levantina, cualquier charco es piscina. La señora es mayor, mas no diremos anciana porque hay quien ahora piensa que el diccionario es peyorativo. Baldea con ahínco el suelo de la terraza, que es de losetas hidráulicas y está desprovisto de la más mínima vegetación, más allá de alguna hierba salvaje que se abre camino por una grieta. También limpia con buenos chorros la verja de hierro y las paredes del murete. Cualquiera diría que esos bracillos podían sujetar la goma, que lanza el chorro con buena presión, y apunta la boca hacia la suciedad acumulada con la precisión de un bombero que apagara una llama.

Al pasar frente a la puerta, Nori, mi caniche loco, se regodea en chapotear en el riachuelo que ya se ha formado, acera abajo. Ella da los buenos días con una sonrisa mitad en la boca, mitad en los ojos, como si se alegrara de vernos. Me recuerda a mi abuela, que también baldeaba el patio, aunque el suyo estaba lleno de flores. Lo hacía un tanto para limpiar como para refrescar el ambiente. Yo mismo he heredado la vieja práctica, por lo demás poco ecológica, he de confesar, de regar el suelo de mi terraza, tan llena de macetas frescas como el espacio me lo permite. Como ella, lo hago un poco por arrastrar cagadas de pájaros, un poco por ver como el agua se evapora y las losetas de barro rojo se van secando casi al instante. Es una niñería pero me divierte, como recuerdos vivos de la infancia en un jardín de Málaga donde no entraban las preocupaciones.

Esa casa siempre me ha llamado la atención. Está en el barrio (en la Victoria, claro) cerquita del Jardín de los Monos. Hasta el encuentro reciente con su moradora, a la que no le pregunté, por no asustarla, si tiene compañero de viaje (dicho en masculino genérico, como manda la RAE) pensaba que estaba deshabitada. Se trata de un chalé grande, en una sola planta, en medio de una hilera de edificios altos y más o menos modernos; por lo que se diría una suerte de mella en el paisaje, una anomalía urbanística. Es como un superviviente de otra época, un resquicio por el que se cuela la imagen de otras calles, de otros vecinos y de otra ciudad. La anciana y su morada me recuerdan entonces a los protagonistas de 'Up', la entrañable película de dibujitos, que prefieren echar a volar amarrados a miles de globos de helio antes que sucumbir al progreso.

Las cosas tienen el valor del tiempo en que las personas las viven, las habitan, las usan o las disfrutan. A buen seguro ya habrá rechazado más de una oferta inmobiliaria, y cuando la señora no esté, sus herederos o a quien le toque la venderán como solar. Después vendrá la piqueta y los cimientos de otro bloque, el último de la fila, con pisos caros para quien pueda permitírselo. Lo mismo viviendas turísticas, quién sabe si un hotel para esos viajeros que ya han descubierto los encantos de la vida victoriana. Hasta entonces, y cada vez que a ella le apetezca, el agua seguirá cayendo en cascada, por un peldaño hacia la calle...

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