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Este martes, mañana martes 16 de junio, para ser exactos, celebra el santoral católico la fiesta de la Virgen del Carmen. Nombre, este del Carmen, que por cierto es el más común entre las malagueñas; es bonito el nombre de Carmen, es bello que remita a una mujer de la talla de María de Nazaret.

El Carmen se festeja en prácticamente todo el litoral malagueño y en zonas del interior de la provincia malacitana. La devoción a la Virgen del Carmen está muy arraigada en Málaga hasta el punto de ser un reclamo turístico y económico; y en esto, salvando las distancias, se toma de la mano de la Semana Santa. Por eso, en lo que de esencia tiene, es importante cuidar la fiesta, así se evitará que derive por vericuetos que alejen de su impronta de origen. El Carmen, como otras fiestas de sello cristiano, es ante todo una fiesta católica a la que está invitado todo aquel que desee participar; es fiesta universal con una protagonista indiscutible: María, la madre de Cristo.

Es precisamente por esto por lo que el Carmen invita a la sorpresa: por una parte, descubre en los rasgos eminentemente maternos y femeninos de María un ejemplo de personalidad madura, pero, por otra parte, la fiesta del Carmen, también supone, iluminada por la biografía de María de Nazaret, una invitación al proceso sorpresivo que la vida propone. Nada hay estático en nosotros: el niño que éramos se convierte en un adulto que va siendo; todo es proceso, camino, evolución. También a nivel espiritual; esta es la maravilla del acontecer humano; además de cambiar, necesariamente cambiaremos sin descanso hasta el final de nuestros días. Es por eso por lo que la experiencia espiritual, como suave brisa, como tenue susurro, se derrama constantemente y está llamada a ser transformada en el amor. Es un camino transformador, y aunque al alcance de todos, no es fácil, por eso es bueno aprovechar el tirón de fiestas como las del Carmen para descubrir el proceso sorpresivo de la espiritualidad que envuelve sugerentemente. Algo que, a tenor de los textos sagrados, experimentó la madre de Jesús de Nazaret, la Virgen del Carmen, en un proceso vital que la llevó a dejarse vivir por la vida misma, en el honesto ejercicio de buscar realmente la voluntad de Dios, evitando la tentación de que la voluntad de Dios coincidiera con la propia.

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