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Una cama de nieve y estrellas

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 1 de febrero 2018, 07:53

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En los años 90, Tomek Mackiewicz era un yonki. Después cambió el 'caballo' por la montaña. En las fotos que hay de él, mira el mundo con dos ojos azules, satisfechos y calmados como un muelle de verano. Pasó ocho años en el Nanga Parbat en Pakistán, enfrascado en la obsesión de hacer cumbre en invierno en la montaña asesina. La semana pasada lo consiguió acompañado de Elisabeth Revol. Al descender, las cosas se pusieron feas. Estaban congelados, y él sufría un edema pulmonar. Denis Urubko y Adam Maliecki formaron una expedición de rescate y se tiraron a buscarlos. Saltaron de un helicóptero y subieron 1.200 metros en ocho horas, de noche, con viento y a 40 bajo cero. De pronto, en la oscuridad, Urubko, que jadeaba como un perro, vio un bulto moverse unas decenas de metros más allá y gritó «¡Elisabeth... me alegro de verte!». Revol negociaba cada paso con la desesperación y el abandono, que siempre es la muerte. Veinte metros por hora. Había tenido que abandonar a Tomek, que sufría un edema severo y quién sabe lo que le dijo al dejarlo durmiendo en su cama de nieve y estrellas. Los rescatadores no pudieron llegar a él.

Los montañeros son mensajeros de vida, incluso los que mueren, porque financian los sueños de los que nunca osaremos mirar a la suerte tan de cerca y tan a los ojos. Zerain, Iñurrategui, Iñaki Ochoa de Olza... No sé si valió la pena. No sé si hay que abordar solamente los retos que valen la pena. Tendremos que hacer las cosas por existir tal como somos y seguir las fuerzas que nos impulsan a escapar de las vidas en Excel y los sueños de estación de metro. Existir un día como un tigre mejor que cien años como una oveja.

Cada uno de nosotros tiene un Nanga Parbat y el deber de atacarlo si no quiere darse cuenta un día de que ha vivido como un mierda. Los alpinistas nos salvan del por qué no lo hice, por qué no me atreví, del por qué no la llamé. Sus pequeños cuerpos acunados en su cama de nieve, cielo y estrellas son un monumento al único ejercicio exclusivamente humano: soñar. Mikel Laboa lo escribió en euskera en 'Txorian Txori', una de las canciones más bellas que se han escrito, y en castellano viene a decir esto: «Si le hubiera cortado las alas/ habría sido mío/ no se me habría escapado./ Pero así habría dejado de ser pájaro/ y yo lo que amaba era el pájaro».

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