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Mi amigo, el fotógrafo Nacho Alcalá, con el sarcasmo que le caracteriza, a veces me llama Antonino Pío. Y yo no me ofusco, cómo voy a hacerlo, si ese nombre responde a uno de los emperadores de la llamada Edad de Oro del Imperio Romano (96-196), y defiendo a los personajes históricos que me apasionan como si comparecieran ante el Comité de Salud Pública. Las fuentes bibliográficas directas, y las posteriores, con sus descubrimientos, no han hecho más que justificar la fama de Antonino Pío, un estadista de primera línea, quizá el más equilibrado, prudente y moderado de una dinastía -precisamente la Antonina- que contó con cinco emperadores espectaculares, y un desastre; por orden cronológico me refiero al fugaz y anciano Nerva, al invicto Trajano, al esteta Adriano, al citado Antonino, al filósofo Marco Aurelio, y por último al monstruoso gladiador Cómodo. Antonino Pío accedió al trono con más de cincuenta años, y su derecho a la sucesión se fundó en la adopción y no en el lazo de sangre, característica de estos príncipes juiciosos, salvo Cómodo, con quien se quebró la tradición -era hijo de su antecesor, Marco Aurelio-, y así terminó la saga, con un reinado de delirio y sangre: 'Gladiator'.

Días atrás la interesante colección privada Ifergan presentó en su espacio de calle Sebastián Souvirón un busto de este emperador que no deja de ser sorprendente y singular, aunque esté ampliamente representado en estatuaria, numismática y arquitectura. Él y su esposa, la emperatriz Faustina la Mayor, dignificaron sus cargos y se comportaron como modelos de lo que debía ser la excelencia de los príncipes. Sin ir más lejos, Antonino Pío, auxiliado por sabios jurisconsultos, impulsó una legislación flexible en la que por primera vez los esclavos no podían ser considerados «cosas» sino personas, y sus propietarios, aunque pertenecieran a la aristocracia senatorial, tenían que responder con fuertes sanciones -no sólo pecuniarias sino también debían afrontar penas de cárcel- si los vendían, maltrataban o asesinaban. También Antonino, a pesar de ser devoto de la religión pagana, fue más allá en la tolerancia de otras deidades, en este sentido, a lo largo de su dilatado reinado, los cristianos fueron protegidos, y se han hallado cartas dirigidas, entre otros, a los atenienses de Eleusis, en las que prohíbe, de su puño y letra, que sean atacadas las comunidades cristianas que se exponían predicando contra los misterios de Eleusis. Su consigna era «respetar para ser respetado», algo que en la actualidad, con un sistema de valores en franca decadencia, merece recordar. La historia del busto tiene una novela pues se encontró en 1907 gracias a los trabajos de jardinería de una finca propiedad de Guillermo Reina y de María Bolín, llamada Portales Gómez. En aquellas fechas Guillermo Reina era alcalde de Málaga. Esta historia posee todos los ingredientes para ser materia de ficción, porque la ficción supera la realidad: encuentro fortuito, robo, un empresario hotelero, una primera dama negra, una cámara de televisión, un miembro de la familia Bolín, viéndola... Y ahora, gracias a los dioses que sean, se incorpora a la Colección Ifergan. La verdad es que estoy deseando saludar al emperador.

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