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Vencer la discriminación va más allá de reconocer la igualdad de derechos. Hay factores culturales y económicos muy arraigados que dañan la igualdad de oportunidades

koldo echebarria

Miércoles, 17 de marzo 2021, 00:04

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Cada 8 de marzo se repiten preguntas como éstas: ¿Son las mujeres mejores líderes que los hombres? ¿Tienen diferentes prioridades? ¿Tiene características propias su estilo directivo? Las respuestas tienden a ser afirmativas y destaca el género como el factor diferenciador del comportamiento. Se reivindica una diferencia esencial y positiva en la contribución de las mujeres por el hecho de serlo. Sin embargo, hay razones para pensar que no es el género, sino el tratamiento desigual que sufren las mujeres, lo que explica las respuestas afirmativas.

Empecemos por la primera pregunta. Aunque la conclusión sea positiva, las observaciones se realizan sobre un colectivo mucho más pequeño en el caso de las mujeres. Son escandalosamente menos las mujeres que llegan a la cumbre de las organizaciones, muy especialmente en el mundo empresarial. Esto hace que las que lo logran tengan una preparación y capacidad considerablemente más alta que la media de sus comparadores masculinos. La respuesta positiva encubre la necesidad de sortear muchas más dificultades y tener que demostrar su valía de manera más constante y reiterada que la mayoría de los hombres.

En el segundo apartado, se señala que las mujeres tienen más inclinación por ciertas profesiones o prioridades que se suponen más propias de su género. Salud o educación serían ámbitos más propiamente femeninos, así como la función de marketing o recursos humanos en la empresa. Es como cuando en política las primeras mujeres ministras ocupaban carteras sociales. Aunque se destaque esta dimensión en positivo, encubre, de nuevo, una discriminación. En las sociedades más igualitarias no hay temas femeninos ni masculinos, una mujer es ministra de cualquier ramo o ejerce cualquier profesión y trabaja en todas las áreas de la empresa. En algunos ámbitos, es patente que tenemos un recorrido pendiente para ser una sociedad igualitaria. Basta reparar en el escaso número de mujeres que eligen carreras técnicas. No hay ninguna razón objetiva de capacidad para que así sea. Hay un sesgo que se introduce en la adolescencia y les hace percibirse menos aptas para estos estudios.

Por último, se asocia el liderazgo femenino a rasgos más humanos, más empáticos y menos jerárquicos en la conducción de las organizaciones. De nuevo, nos podemos preguntar si las mujeres no hacen más que practicar lo que han tenido que aprender para hacerse un espacio en un mundo en el que el estilo confrontacional de los hombres las coloca en desventaja. La sutileza, la suavidad en las formas o las tácticas de evitación son armas de los débiles, pero también pueden servir para ganar una guerra. Otra cosa es que el liderazgo esté cambiando profundamente y su dimensión blanda haya ganado peso en relación a la coercitiva dura, que tiene cada vez más limitaciones. Como es lógico, las mujeres se desenvuelven mejor en este contexto al que han debido adaptarse por necesidad.

Vencer la discriminación va más allá de reconocer la igualdad de derechos. Hay factores culturales y económicos muy arraigados en la sociedad que conllevan prejuicios y dañan la igualdad de oportunidades. Son prácticas sutiles pero muy determinantes, como una atención selectiva de los profesores en favor de los hombres, la idea de que la realización femenina pasa por la maternidad, la descarga en las mujeres, no solo del cuidado de los niños, sino de los mayores, las reuniones a última hora que imposibilitan la conciliación, y un largo etcétera. Hay incluso fórmulas que blanquean estos efectos a través de la idea de deseabilidad, que les permite a las mujeres defender que su limitado recorrido profesional es fruto de su elección y no de restricciones de ningún tipo. El problema es que esta deseabilidad arraiga en unos países y no en otros, coincidiendo por lo general con la existencia de factores de discriminación como los descritos.

Siguiendo la tesis formulada por Mercedes Mateo Diaz en su libro Representing Women, la verdadera igualdad se mide por la convergencia, tanto en la atribución, como en el desempeño en los puestos de responsabilidad, siendo esto lo que muestran los países más avanzados. Es una conclusión aplicable a las mujeres, pero también a otros grupos sociales que sufren discriminación efectiva, como los discapacitados. El primer ejecutivo de una empresa en España, cuya misión es emplear a personas con discapacidad, me explicaba hace poco con orgullo que la integración supone borrar los prejuicios asociados a la condición de las personas. Es lo que pude comprobar en sus instalaciones.

Koldo Echebarria es director general de Esade.

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