Bono cultural sólo para hábiles tecnológicos
El Estado progresista ha fallado una vez más en diseñar una política fiscal que ayude de verdad a quien lo necesita
Resulta que el bono cultural no ha llegado a los jovencitos más pobres. Cualquiera que haya intentado y conseguido cobrarlo lo podría saber. Era una ... carrera de obstáculos y de paciencia. Hay que tener cierta pericia en el manejo de los trámites administrativos y, claro, no es el perfil de quien más puede necesitarlo. Algún clasista esnob -¿por qué hemos perdido esa palabra?- podría decir que, ya ves, para qué lo van a usar, si no leen, si no van al teatro, si muchos están fumando porros y subiendo fotos de abdominales en las redes o poniendo morritos, en el caso de ellas. Si en el bono cultural no van los tatuajes ni tampoco las extensiones de pestañas. O no. Que los más pobres también tienen derecho a que nosotros, los contribuyentes, le financiemos entradas para festivales de música, como el más pijo de los pijos. En ese último caso lo que ha ocurrido es que el Estado ha recaudado dinero de sus padres para devolverle un poquito en forma de ocio para sus hijos. Que hubieran ido igual de festis o a la estanteria de cómics de las librerías o, por qué no, donde están las 'Meditaciones' de Marco Aurelio, estoicismo en vena que se meten ahora muchos en los podcast camino del gimnasio.
En cualquier caso, el Estado progresista ha fallado una vez más en diseñar una política fiscal que ayude de verdad a quien lo necesita. Socialdemócrata, como quieran llamarlo. El bono del cercanías, a diferencia del cultural, es bastante fácil de usar, pero, de nuevo, lo utilizan quienes pueden pagárselo y los habrá que no puedan por no tener una tarjeta de crédito, que damos por hecho que todo el mundo tiene.
Sara Mesa, la escritora, anda estos días en boca de Isabel Coixet, que se enamoró de una de sus novelas para llevarla al cine, una cinta que acaba de estrenar en San Sebastián. Tiene Mesa un librito, 'Silencio administrativo', que no es tan cinematográfico. O sí. El subtítulo es 'La pobreza en el laberinto burocrático' y es un retrato descarnado de la dificultad por la que tiene que pasar una mujer en una situación dramática en busca de ayuda. En esas circunstancias para las que muchas veces acaba estando Cáritas, o sea, la Iglesia. La prueba es la página que publican los domingos en algunos periódicos describiendo las situaciones para las que piden ayuda algunos, desde dinero para dentistas o para unas gafas con lentes progresivas, pago de alquileres o sillas de ruedas. Puede que en algunos de esos casos la administración pudiera ayudar, pero el infierno burocrático para estas personas es de tal calibre que no les compensan los enfados añadidos a sus dramas.
España es el tercer país, solo superado por Rumanía y Bulgaria, en el que más porcentaje de niños están en riesgo de pobreza
Cualquier empresario que tenga un negocio que dependa total o parcialmente de ingresos y registros online sabe que debe hacer lo posible para que la experiencia sea rápida y fácil para el cliente. Miden los segundos que se tarda, los que inician y abandonan el proceso, las razones por las que pueden dejar la suscripción. Hay cracks en usabilidad, ese es el término, para mejorar cualquier aspecto que pueda conseguir un pago rápido. Y vaya si lo consiguen.
A menudo, con los trámites administrativos es justo al revés. Parece que diseñan procesos a propósito para conseguir que se tire la toalla. Por no hablar del lenguaje que a menudo usan, incomprensible incluso para universitarios bregados en todo tipo de situaciones laborales. Ha pasado con el ingreso mínimo vital, que sólo ha llegado al 20 por ciento de la población que vive en la pobreza. El resto, deben de pensar, que se apañe con Cáritas. Así funcionan los incentivos. Los empresarios quieren ganar dinero y bien está y la administración parece que no quiere gastar donde más sentido tiene que lo haga. La magia de los impuestos no llega a ese porcentaje de la población a la que debería. Pero pagamos los festivales de los niños con medios suficientes para que tengan un verano memorable. Los que le han echado paciencia y, seguramente con ayuda de sus padres, han sido capaces de completar los trámites.
Hay un informe muy bien hecho sobre la claridad de los trámites administrativos en comunicaciónclara.com. Demoledor. El 30% de los ciudadanos encuestados no logró manejarse en los trámites. ¿Se imaginan qué pasaría en una empresa en la que se perdieran el 30% de los clientes? ¿A un arquitecto -como bien dice el informe- que diseñara un edificio en el que un 30% de las visitas no encontrara la puerta? Así es como se socava también la confianza en las instituciones, que no solo es culpa de los discursos en el Congreso. No nos fijamos en lo maravilloso que es llamar a una ambulancia y que aparezca pero sí nos quejamos cuando lo que nos encontramos es un muro al que, además, ahora hay que acudir con cita previa si queremos ir a expresar nuestro malestar físicamente.
Se supone que este Gobierno llegó muy concernido por la pobreza infantil y organizó un comisionado para poner en marcha medidas que aliviaran. Cinco años después, España es el tercer país, solo superado por Rumanía y por Bulgaria, en el que más porcentaje de niños están en riesgo de pobreza, titulares que escandalizarían más si gobernara la derecha. Niños que comerán poco sano, que acabarán obesos, que no tendrán apoyo escolar para evitar que fracasen y engrosen las estadísticas del abandono temprano del instituto. Cuando se pensaba en qué gastar tanto dinero que iba a llegar de Europa hubo quien propuso un plan ambicioso de tutorías en colegios con índices de fracaso escolar pavorosos. Pues no se vio interesante para unos fondos que, paradojas de la vida, se llaman Next Generation. La siguiente generación.
Muchos de esos niños de las estadísticas acaban en Cáritas y su hoja dominical. En el Biberódromo de Málaga. Porque para hablar con ellos no hace falta un certificado digital. Porque no contestan, como denuncia Sara Mesa, con silencio administrativo. Mientras, unos pocos con destreza digital han podido disfrutar de su bono cultural. No los que más lo necesitaban. Como tampoco ha ocurrido con el ingreso mínimo vital. Pero la propaganda les está quedando fenomenal.
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