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FRANCISCO J. CARRILLO
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
Jueves, 16 de enero 2025, 01:00
En Navidad o en Fin de Año abundan los discursos institucionales de alcaldes, presidentes de Comunidades Autónomas, del Rey como jefe del Estado, y algunos anuncios-estrellas desde la jefatura del Gobierno y sus aledaños. Con horizonte más reducido, tenemos las alocuciones en las cenas ... de empresa, los almuerzos de amigos y los de amigas, las homilías eclesiásticas, las reiteradas y repetitivas felicitaciones navideñas, la de felices fiestas, las de próspero y venturoso año nuevo e incluso algunas desean felices pascuas, ignorando la inmensa mayoría el significado de las motivaciones pascuales. Estos efusivos deseos, públicos o privados, pretenden transmitir mensajes con perspectiva de futuro. Reina la conciencia de que el presente ya se escapó en algarabías múltiples de canales televisivos, con escenografías de desigual calidad cívica o visual para guiar al telespectador al mágico ritual de las doce uvas al ritmo imparable de campanadas que señalan el fin de unos tiempos y el inicio de tiempos mejores. Se trata de una falacia de fantasías en donde la imaginación abre cada año un libro de hadas que, a cada uva deglutida, cierra una página hasta que el librito del tiempo vuelve, en unos segundos, al anaquel de los silencios.
El Rey Felipe VI, en su discurso con templanza, se refirió al 'bien común' de todos los españoles que habitan el tan traído y llevado Ruedo ibérico. Esta terminología no es de uso común de los profesionales de la política que más bien utilizan la de 'interés general'. No es lo mismo el uno que el otro, aunque existan algunas connotaciones entre ambos. El 'bien común' da derecho de pertenencia, de posesión, de propiedad incluso con función social, a todos los españoles, a toda la población de España que se manifiesta en cada uno de los ciudadanos, en la dignidad de cada persona concreta. Se dice que esta terminología no es 'política' y que más bien debería reducirse a las herencias de las religiones monoteístas canalizadas por la filosofía clásica de la Grecia antigua. De ahí se deduce directamente la libertad y la justicia distributiva. El objetivo de igualdad, en suma. El derecho a participar del reparto. Los derechos humanos fundamentales. [En este asunto, el 'comunismo real' de la Unión soviética y satélites, fracasó]. Y esto más bien quiere decir que se trata de una realidad social que es preciso reconocer, como hace Felipe VI. Por otro lado, el 'interés general' entra de lleno en la función de los políticos; en él se diluye el ciudadano, la persona concreta, porque es un objetivo de política global: índices macroeconómicos, autopista Madrid-Lisboa, invertir aquí y no allí, viviendas sociales que nunca cubrirán ni el mínimo de la demanda, las subvenciones y pagas sin instruir y sin entregar caña para poder pescar, dar comida sin que el destinatario pueda procurársela, dirigir desde arriba sin participación de los de abajo, etcétera.
El 'bien común' sustenta y se sustenta en la igualdad de todos los españoles, y no sólo ante la Ley. El 'interés general' constata la desigualdad como constante que la política pretenderá corregir sin plazo fijo. No reconoce que todos los españoles son depositarios, incluso propietarios de un 'bien común', como personas individualizadas que deberían poder administrar ese 'bien común' que es España. El 'bien común' es un derecho innato, natural, precede al Estado nación, mientras que el 'interés general' es abstracción, nace con el Estado nación, es una búsqueda de posibilidades en manos de los ejecutivos de la política.
Otro discurso navideño ha llamado mi atención, el de Salvador Illa, presidente de la Generalitat de Cataluña, al utilizar el término 'fraternidad', poco usual en la llamada clase política a no ser que nos remontemos a finales del siglo XVII en Francia y a los mensajes evangélicos desde la Jerusalén del siglo I. La versión civil de 'fraternidad' a nivel social los políticos no la aplican; menos a nivel universal, que tampoco es un hecho. La 'fraternidad' modela a la igualdad y es una herramienta fundamental del 'bien común'. La interacción entre 'fraternidad' y 'bien común' es la fuente primordial de la cohesión de las sociedades y la garantía máxima del respeto de la dignidad de cada persona, de un mejor nivel de vida y de bienestar, así que de la paz. Illa concretaba su desiderata en la 'fraternidad' entre comunidades autónomas, es decir, todos los españoles, lo que implica que el 'bien común' puede y debería incidir y condicionar de manera decisoria el 'interés general'.
Algunos han tachado el discurso del Rey de 'buenismo' porque incorporó 'bien común' que, según los mismos, corresponde a la doctrina social de la Iglesia. ¿Y qué? Esa doctrina, que es principios y valores que se reflejan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no es precisamente el código de Derecho Canónico. Otros acusarán a Illa de utilizar sus creencias cristianas en la esfera pública: 'Lo que nos une son los valores socialdemócratas y los del humanismo cristiano' (ver mi artículo '¿Retorna el humanismo cristiano?', en SUR, 25/08/2024). Los populismos, el 'wokismo' y sus emocionados epígonos, forcejean para imponer en nuestra tradición judeocristiana e, incluso musulmana ilustrada, un nihilismo que polariza de momento y que nos puede estallar en mil pedazos. A ello responden voces sensatas desde diferentes ángulos para frenar caer en el abismo.
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