Borrar
Las balas de papel

Las balas de papel

La Tribuna ·

La acción de votar es una manifestación de voluntad por parte de quien está legitimado para ello, optando por un determinado partido o coalición para que nos represente

FEDERICO ROMERO HERNÁNDEZ / EX SECRETARIO GENERAL DEL AYUNTAMIENTO DE MÁLAGA Y EX PROFESOR TITULAR DE DERECHO ADMINISTRATIVO DE LA UMA

Lunes, 8 de julio 2019, 08:57

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El otro día, una votante, entre hastiada y desilusionada, escribía en una carta al director de un diario conocido lamentándose del insólito espectáculo del mercadeo de pactos producido tras las cansinas y múltiples elecciones a las que hemos sido convocados. Estaba yo por dirigirme a ella para proponerle que se hiciera miembro de la Confederación de Humillados. Por si no lo saben, en una exitosa y espléndida novela de Towles, la indicada Confederación se integra por los inesperadamente caídos en desgracia. En el caso de esta señora, la desgracia y humillación ha consistido en el ninguneo y falta de respeto que ha supuesto el que, al parecer, su meditado voto haya caído, en virtud de un cambio de cromos o de juegos malabares, en quien ella no deseaba que gobierne. Y precisamente cedido por la persona a la que ella había votado.

No creo que llegue a leer este artículo, pero amén de invitarle a que se una a la imaginaria y ficticia Confederación, también le animo a que, imitando a Sísifo, continúe ascendiendo con su futuro voto hasta la cumbre de la montaña donde estén situadas las próximas urnas, en un titánico empeño democrático. Estoy seguro, desde luego, que si hubiera leído la famosa frase, atribuida a Lincoln, que motiva el título que campea en este artículo, de que «una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil», a sus carcajadas se habrían unido actualmente las del propio Lincoln, que probablemente pensaría que, al fin y al cabo, la papeleta no puede modificar el material del que está realmente hecha. Pero le voy a seguir ofreciendo a continuación algunas reflexiones.

La acción de votar es una manifestación de voluntad por parte de quien está legitimado para ello, optando por un determinado partido o coalición para que nos represente en la toma de decisiones -entre ellas determinar un presidente de Administración estatal, autonómica o local-, conforme al programa o conjunto de principios que previamente se han ofrecido al electorado. Pero, a la hora de la verdad, ¿qué votantes se leen íntegramente un programa político o una declaración de principios? ¿Qué partidos cumplen cabalmente un programa o mantienen firmemente sus principios hasta el final de un mandato? Quizás la contestación del interrogado podría ser en ambos casos: «Más o menos». Conozco a muy pocos votantes entusiasmados acudiendo a las urnas, como no sean los militantes o partidarios. Conozco muy pocos programas o principios exactamente cumplidos. En definitiva, en política, las adhesiones y los programas o principios son perfectamente quebrantables. Porque además el votante se mueve por las más variadas motivaciones: inamovibles convicciones, intereses egoístas, intereses magnánimos o altruistas (por ejemplo, el bien del país), ingenuos creyentes políticos, amistades o parentescos cercanos... y hasta la apostura de un determinado candidato o candidata.

Es verdad que la votación es el acto más importante de la democracia. No sé si era Montesquieu o Castelao (o ambos) el que decía que el pueblo solo es libre en tiempo de elecciones. Y Lagos -ex presidente de Chile-, que cada cuatro años somos todos iguales. Pero los dictadores -Stalin, por ejemplo- convertían las votaciones en una risible apariencia: «Basta con que el pueblo sepa que hubo una elección». O «los que emiten votos no deciden nada, los que cuentan lo deciden todo». Mire, señora, el panorama ha cambiado. Hemos pasado al multipartidismo. Y ello hace inevitable el mercadeo. Y cuando metemos la papeleta en la urna es como si la hubiéramos manumitido. Como si hubiéramos lanzado un hijo a los avatares de una vida incierta. Hemos hecho un acto de confianza. Y sí, nuestro voto es como una bala. Pero la fortaleza de ésta depende de la velocidad que le haya podido imprimir el destinatario de la confianza, no tanto del material. Depende de los sumandos de que disponga para que valga como un papel o como el acero. Pues su virtualidad depende de los gales, de la aceleración.

Por eso, señora, le propongo un acto de humildad. Si quiere, únase a la Confederación de los Humillados, de la que Towles dice: que «saben que la influencia, la fama y los privilegios son solo prestados. No se dejan impresionar con facilidad. Tampoco suelen sentir envidia ni ofenderse por cualquier nimiedad. Y, desde luego, no se leen los periódicos de cabo a rabo para ver si aparece su nombre. No renuncian a vivir rodeados de sus pares (sic), pero observan la adulación con cautela, la ambición con cordura y la superioridad con una sonrisa para sus adentros».

Contemplemos las alianzas pasadas y futuras derivadas del mercadeo con humildad democrática. Estas cosas son así, señora. Y si avistamos a un elegido que se ha atrevido a maridar un 'gran reserva de la Rioja Alta' con un humilde 'espeto de sardinas', sonriamos para nuestros adentros.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios