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El constitucionalismo chorlito, que diría Juan Manuel de Prada, pone el grito en el cielo por la política de tierra achicharrada de Sánchez e Iglesias. Cuenta el padre Arrupe en 'Yo viví la bomba atómica' cosas horribles de Hiroshima. La curación de un niño al que había caído una teja en la cabeza y tenía una profunda herida de oreja a oreja. «Los gritos de la pobre criatura al ser curada ponían en vilo a toda la casa, por lo cual no tuvimos más remedio que atarle con una sábana a un carrito y llevárnoslo a la cumbre de una colina que había junto a la casa. Aquel lugar se convirtió en quirófano, en donde podíamos trabajar y el niño podría gritar a gusto sin poner nerviosos a los demás».

A Pedro Sánchez, creador del amiplinismo, le da igual el constitucionalismo chorlito y gritón. No lo escucha. El mundo de Sánchez es el de 'Alien': En el espacio de Sánchez nadie puede oír tus gritos. Ya puede desgañitarse la oposición, los barones rampantes, los vizcondes demediados o los caballeros inexistentes. Él es Calvino, pero el otro. Y a la vez, un tío subido en un árbol, otro que es dos personas a la vez y una armadura vacía. Es dos personas cuando escuchas lo que decía. «Aquellos que ensalzan a Otegi y lo llaman hombre de paz convendría que recordaran las palabras y la memoria de Ernest Lluch». O lo de que no iba a poder dormir con Podemos en el Gobierno. Y una se siente ridícula recordándolo otra vez. Porque no es que se blanquee a Bildu. El que más azulete gasta es Sánchez.

Al PSOE de Almendralejo le parece mal (con comunicado, sin vergüenza) que Vox y Pro-Vida hagan una recogida de alimentos. Hombre, que la lucha contra la pobreza es cosa del PSOE. Y lo peor, el porvenir de España.

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