La expresión equivale a dar un toque de atención y, la verdad, es que aunque parezca una tontería vale la pena tomar en cuenta esta ... precaución.
Cuando te vas de viaje al extranjero, de turista, de negocios o emigrando, te fijas en una serie de elementos importantes con los que cuenta el o los países a los que te diriges. Hostelería, atracciones, clima, temperatura, nivel de precios, seguridad, comunicación, telefonía, fiscalidad, en su caso. Todo eso es muy importante pero creo que debe complementarse con otros datos también trascendentales. El sistema de justicia, la policía y las cárceles.
Me diréis: no pienso mantener contacto con ninguna de esas instituciones. Soy persona cabal, no provoco líos con la autoridad, cumplo con mis obligaciones aquí y donde quiera que vaya. No me cabe duda pero lo mismo que durante el viaje nos puede sobrevenir una enfermedad que exija atención médica –razón por la cual no está de más preocuparse de la situación hospitalaria de los lugares a visitar– una calamidad puede ocurrir que nos obligue a relacionarnos, de grado o por fuerza con el aparato del estado. Si eres víctima de un hurto, te quitan la cartera, por ejemplo, donde ¡maldición! guardabas tu precioso pasaporte y, además, ¡qué tontería! el DNI, es probable que tus posibilidades de identificarte sean las del célebre conejo de campo. No digamos nada si tienes el coraje de alquilar un coche y lanzarte por esas carreteras del mundo donde cada cruce es una interrogación. Pueden pasarte toda clase de calamidades, chocar con otro vehículo aunque la culpa no sea tuya, atropellar a un ciudadano o ciudadana que transitaba tranquilamente por un paso de peatones que está totalmente borrado por el paso de los años y que tú no conoces. Sobrepasar el límite de velocidad permitido es otra contingencia frecuente por despiste, por prisa o por ininteligibilidad de los carteles anunciadores. Puedes verte inmerso en una pelea con alguien que te ha provocado o le ha faltado el respeto a uno o una de tu grupo. Y qué decir si has tenido el desacierto de transportar un equipaje ajeno atendiendo la petición de una gentil señorita. En fin, los ejemplos son muchos y no es necesario agotar la imaginación.
Si te sucede alguno de estos infortunios, te ves con la policía del lugar que, como todas las policías, no han sido educados para alentar el turismo porque tienen otras funciones. Algunos vienen bien educados de casa, quiero pensar que la mayoría, pero otros confunden la autoridad con la prepotencia. Los hay que son especialmente amables con el foráneo y también los hay que son todo lo contrario, especialmente duros con quienes vienen, a juicio de ellos, a molestar y crear problemas. Bueno, partamos de la base que el tema se soluciona con una reprensión privada, una multa que se puede abonar sobre la marcha y la cosa no pasa más allá.
Pero también existe la posibilidad que el incidente se prolongue y termines ante un juez. Empiezan las dificultades de verdad. El idioma se yergue como una barrera incluso si la señoría con la que te ves las caras es hispanoparlante. Entiendes los buenos días, si es que te los desean, pero a partir de allí te hablan utilizando una jerga de difícil comprensión para el común de los mortales. Entonces se te ocurre que necesitas un abogado. Y ¿dónde lo consigues? Si tienes amigos o relaciones pueden recomendarte uno. Si no, no te queda más remedio que acudir al consulado, distante, a veces 600 kilómetro o así: ya se sabe, los servicios diplomáticos y consulares no están aposentados en las zonas más visitadas, balnearios, playas, complejos turísticos, sino en los aburridos centros de las ciudades. Además tienen un horario que, a veces, no coincide con los momentos en los que más los necesitas. Lo mismo pasa con los porteros de fincas urbanas pero ése es otro cantar. También piensas en llamar a tu abogado en España o un amigo que ejerce esa noble profesión, para preguntarle si conoce a alguien en Vanuatu o en Mongolia. Por muy extensa que sea la red internacional de este pobre hombre, seguro que la imaginación que has desplegado para elegir tu punto de destino lo supera.
Si el país donde te encuentras es civilizado te asignarán un abogado de oficio con el cual tampoco te entenderás demasiado por razones idiomáticas o semánticas.
La cosa se pone cada vez peor. Imagínate que te ponen a buen recaudo para evitar que rehúyas la acción de la justicia. Claro, no has tenido la precaución de estudiar las condiciones de los centros de detención ni las cárceles del país que has visitado. Y hay, lo digo con conocimiento de causa, algunas que son peores que Mauthausen.
Hay casi mil españoles cumpliendo condena o en espera de juicio en el extranjero, en sitios tan exóticos como Alaska, Turquía, Vietnam, Indonesia, Nueva Guinea… El tema es muy importante porque no debe olvidarse nunca que la pena por la comisión de un delito es la privación de libertad pero no de la dignidad humana. El Ministerio de Asuntos Exteriores cuenta con una Dirección General que se ocupa de estos pobres. Existe, además, una fundación con sede en Valladolid cuyo nombre es +34 y su lema es 'Nunca olvidados' que da asistencia a los presos y a sus familias y luchar por la repatriación de los condenados para que cumplan en España.
El Consejo General de la Abogacía Española creó hace ya varios años una Fundación que, partiendo de la base que la atención jurídica penitenciaria a los presos españoles en el extranjero es una necesidad acuciante por las condiciones en que se encuentran y, por eso, colabora con obtener el derecho de defensa de los que se ven en esa desgraciada situación. El traslado de los presos, el posible indulto, las repatriaciones son temas en los que se han obtenido no poco éxito y Alfredo, ha trabajado mucho y muy bien para su consecución. Anotemos en la lista de los preparativos del viaje asomarse a las condiciones policiales, judiciales y penitenciaras de nuestro destino. Si no cumplen, siempre nos quedará Marbella.
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