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Ausencias

La rotonda ·

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Viernes, 30 de noviembre 2018, 00:06

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La memoria es el espejo que refleja nuestro pasado, el cristal por el que observamos el presente y el timón que nos conduce al futuro. Es la brújula que marca nuestro rumbo por el mundo. Nos aferramos a los recuerdos para evitar el abismo del olvido, porque una mente en blanco es el vacío, la perdición. No somos nada sin memoria. De ahí que guardemos como oro en paño objetos sin valor, pero de una cuantía sentimental incalculable al conformar nuestra propia existencia. Si no tenemos nada no somos nadie. Almacenamos en carpetas forradas de seda fotografías que despiertan la retrospectiva vivida, preñada de instantes inolvidables que nos hacen esbozar una sonrisa, placer en estado puro, añejo, pero auténtico. En cajas que antes endulzaron bombones de licor conservamos la esencia de un amor de juventud o el espíritu de una relación duradera: un lazo rojo, un corazón de papel couché, una carta de despedida llena de rencores merecidos, un sello de una ciudad que se convirtió en una escapada furtiva, un billete de tren de un viaje a ninguna parte, un bono de hotel no utilizado por un desencuentro de última hora... Fomentamos el coleccionismo porque es la única forma de mantener frescos los detalles de una vida azarosa que al cumplir el ciclo de la edad nos sirve para retratar la melancolía. Bendita melancolía cuando despereza el alma. Cuando la rutina aparece, acudimos al almacenaje físico para reciclar los sentimientos de antaño que un día nos colmaron de felicidad. Luego está la memoria selectiva, esa que nos permite distinguir el bien del mal, la que borra las cosas que nos desagrada y mantiene vivos los momentos placenteros. Quizás perdamos demasiado tiempo echando la vista atrás o pensando en el día de mañana cuando lo que tenemos que hacer es vivir el presente, apreciar lo que tenemos y valorar a las personas que te rodean y producen bienestar inesperado. En la fatídica hora de la ausencia maldices esa caricia perdida, ese beso robado o esas palabras de aliento que se llevó el viento por no acercarte al oído y sentir el calor de la piel que tanto reconforta. Vivimos tan aprisa que apenas avanzamos en mostrar el cariño que demanda la persona que te guía por la senda de la convivencia. Olvidamos a menudo lo poco que cuesta una muestra de afecto, una pizca de generosidad, una brizna de empatía. Disfrutemos de lo que tenemos porque nunca sabemos cuándo lo podemos perder.

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