El año
Salvada la trinchera navideña de los cuñados pro palestinos, pro felipistas, sanchistas o feijooístas o anti cualquiera de esas pasiones, estamos ante el fin de ... un año con vocación de montaña rusa. Empezando por el PP, que vio cómo el ascenso de su gran carricoche llegaba a la cumbre en las elecciones municipales y autonómicas de mayo arrasando a un deprimido PSOE que viajaba a ras de suelo. España se teñía de azul, el sanchismo estaba arrinconado, las elecciones generales previstas para el otoño serían su sepultura política. Y he aquí que la alegría de verse allá arriba duró lo que duran los vaivenes de un tiovivo.
Pedro Sánchez lo volvió a hacer. Inmediata convocatoria de elecciones y fin del jolgorio azul. Escarmentado y con la factura de la ley del sí es sí pagada en las urnas, el PSOE puso en marcha su gran maquinaria en marcha. Ante la amenaza de la derecha, el votante socialista se movilizó. Resultado apretado y en el horizonte encajes y filigranas pactistas del partido socialista para conservar el gobierno a toda costa. El balcón victorioso de Génova tuvo mucho de Titanic haciendo aguas. El verano azul, el paupérrimo final de campaña de Feijóo y el músculo del PSOE dejaron a los populares noqueados durante varios meses.
Por parte del PSOE hubo contorsionismo ético para defender aquello que hasta el día anterior atacaba. La palabra prohibida se dibujó finalmente en los labios de Pedro Sánchez. Amnistía. Al día siguiente todos sus ministros la cacareaban. El PP se tragó su frustración, a duras penas hizo, o sigue haciendo, la digestión de su limitado resultado electoral. Desde Vox, como era de esperar, mucho ruido y ninguna nuez. Si acaso alguna almendra amarga. La política entendida como una cencerrada, como una atracción de feria para niños con poco entendimiento. Y en medio de esas sesiones infantiles, el espíritu shakesperiano -o más bien juegotronista- de Pablo Iglesias. Las vagonetas de la montaña rusa tienen las ruedas metálicas, pues bien, a pesar de eso Iglesias está empeñado en pinchar las de Pedro Sánchez y, desde luego, las de Yolanda Díaz. Si la vicepresidenta segunda del gobierno por algún momento pensó que era lady Macbeth, ahí está Iglesias para demostrarle que el papel es suyo. La mal llamada alianza progresista trata de identificar por activa y por pasiva al PP con Vox para dar a entender que son la misma cosa. Y en ese cansino afán de unir a Feijóo con Abascal han gastado el pegamento necesario para que a ellos no se les despegara la coalición por el lado izquierdo. Resultado: más que un caballito de feria, Podemos puede ser un caballo de Troya en toda regla.
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